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viernes, marzo 28, 2008

Feliz cumpleaños Richard Dawkins

Por RICHARD DAWKINS

Existe una cobarde flojera intelectual que aflige a gente que, normalmente racional, se enfrenta a religiones establecidas desde hace mucho tiempo (aunque, de manera significativa, no con tradiciones más modernas como la Cienciología o los Moonies). S. J. Gould, comentando la actitud del Papa acerca de la evolución en su columna de Natural History, es representativo de una escuela dominante de pensamiento conciliador entre creyentes y no creyentes:

La ciencia y la religión no están en conflicto, ya que sus enseñanzas ocupan dominios diferentes... Creo, con todo mi corazón, en un concordato respetuoso, incluso amoroso [el énfasis es mío]...

--Stephen Jay Gould

Bien, ¿en qué consisten esos dos dominios diferenciados, esos “Magisterios No Superpuestos” que deberían apiñarse en un concordato respetuoso y amoroso? De nuevo, Gould:

La red de la ciencia cubre el universo empírico: de qué está formado (hecho) y por qué funciona de esta manera (teoría). La red de la religión se extiende sobre cuestiones del significado y el valor moral.

--Stephen Jay Gould

¿Quién ostenta la moral?

Ojalá fuera tan perfecto. En un momento abordaré lo que dice realmente el Papa sobre la evolución, y luego otras afirmaciones de su iglesia, para ver si realmente están tan bien diferenciadas del dominio de la ciencia. Sin embargo, primero haré un inciso sobre la afirmación de que la religión posee algún tipo de preparación especial sobre cuestiones morales. Esto lo acepta a menudo incluso la gente no religiosa, presumiblemente con el ánimo de esforzarse civilizadamente por concederle al oponente la mejor cualidad que puede ofrecer - por muy débil que sea esa cualidad.

La pregunta "¿Qué es lo correcto y lo equivocado?" es una pregunta genuinamente difícil que la ciencia no puede responder. Dada una premisa moral o una creencia moral a priori, la importante y rigurosa disciplina de la filosofía moral secular puede buscar formas científicas o lógicas de razonamiento para sacar a relucir implicaciones ocultas de esas creencias, o inconsistencias ocultas entre ellas. Pero las propias premisas morales absolutas deben provenir de algún otro sitio, presumiblemente de la convicción no argumentada. O, puede esperarse, de la religión - lo que significa una combinación de autoridad, revelación, tradición y escritura.

Desafortunadamete, la esperanza de que la religión pueda proporcionar un lecho de roca a partir del cual pueda derivarse nuestra moral (que de otra manera estaría basada en arena), es una esperanza vana. En la práctica, ninguna persona civilizada utiliza las Escrituras como autoridad última para el razonamiento moral. En lugar de eso, escogemos las partes bonitas de las Escrituras (como el Sermón del Monte) e ignoramos alegremente las partes desagradables (como la obligación de lapidar a los adúlteros, ejecutar a los apóstatas y castigar a los nietos de los delincuentes). El propio Dios del Viejo Testamento, con sus celos vengativos y despiadados, su racismo, sexismo y ansias de sangre, no sería adoptado como modelo de comportamiento literal por nadie que usted o yo queramos conocer. Sí, por supuesto que es injusto juzgar las costumbres de una era antigua con nuestros estándares ilustrados. ¡Pero ése es precisamente mi punto! Evidentemente, tenemos una fuente alternativa de convicción moral última que invalida a las Escrituras cuando nos conviene.

Esa fuente alternativa parece ser algún tipo de consenso liberal sobre la decencia y la justicia natural que cambia a lo largo del tiempo histórico, frecuentemente bajo la influencia de reformistas seculares. Hay que admitir que eso no suena como un lecho de roca. Pero, en la práctica, nosotros, incluídos los religiosos, le damos una prioridad mayor que a las Escrituras. En la práctica, más o menos ignoramos las Escrituras, citándolas cuando respaldan nuestro consenso liberal, olvidándonos de ellas silenciosamente cuando no lo hacen. Y, venga de donde venga ese consenso liberal, nos es accesible a todos nosotros, seamos religiosos o no.

De manera similar, los grandes maestros religiosos como Jesús o Gautama Buddha pueden inspirarnos, con su buen ejemplo, a adoptar sus convicciones morales personales. Pero, de nuevo, escogemos nuestros líderes religiosos, evitando los malos ejemplos como Jim Jones o Charles Manson, y podemos escoger buenos modelos de comportamiento seculares como Jawaharlal Nehru o Nelson Mandela. También las tradiciones, por mucho tiempo que haya pasado desde que las seguimos, pueden ser buenas o malas, y utilizamos nuestro juicio secular de la decencia y la justicia natural para decidir cuáles seguir y cuáles abandonar.

La religión sobre el césped de la ciencia

Pero esta discusión sobre los valores morales no era más que una digresión. Ahora regreso a mi tema principal de la evolución y de si el Papa cumple con el ideal de mantenerse fuera del césped de la ciencia. Su "Mensaje sobre la Evolución de la Academia Pontificia de las Ciencias" comienza con un casuístico discurso tergiversador diseñado para reconciliar lo que Juan Pablo II estaba a punto de decir con los pronunciamientos anteriores más equivocados de Pío XII, cuya aceptación de la evolución era comparativamente más reacia y de mala gana.

La Revelación nos enseña que [el hombre] fue creado a imagen y semejanza de Dios. [...] si el cuerpo humano tiene su origen en materia viva preexistente, el alma espiritual es creada inmediatamente por Dios [...] Por consiguiente, las teorías de la evolución que, de acuerdo con las filosofías que las inspiran, consideran a la mente como algo que emerge de las fuerzas de la materia viva, o como un mero epifenómeno de esta materia, son incompatibles con la verdad sobre el hombre. [...] Con el hombre, por tanto, nos encontramos ante una diferencia ontológica, un salto ontológico, podríamos decir.

Para crédito del Papa, en este punto reconoce la contradicción esencial entre las dos posiciones que intenta reconciliar: "Sin embargo, ¿no va la existencia de esa discontinuidad ontológica en contra de esa continuidad física que parece ser la línea de investigación principal en la evolución, en el campo de la física y la química?"

Que no cunda el pánico. Igual de a menudo que en el pasado, el oscurantismo viene al rescate:

Considerando el método utilizado en las variadas ramas del conocimiento, es posible reconciliar dos puntos de vista que parecen irreconciliables. Las ciencias de la observación describen y miden las múltiples manifestaciones de la vida con creciente precisión y las correlacionan con la línea del tiempo. El momento de transición a lo espiritual no puede ser objeto de este tipo de observación que, sin embargo, puede descubrir, a nivel experimental, una serie de signos muy valiosos que indican lo que es específico del ser humano

En lenguaje corriente, hubo un momento en la evolución de los homínidos en el que Dios intervino e inyectó un alma humana en un linaje que previamente era animal. (¿Cuándo? ¿Hace un millón de años? ¿Hace dos millones de años? ¿Entre el Homo erectus y el Homo sapiens? ¿Entre el Homo sapiens "arcaico" y el H. sapiens sapiens?) Es necesaria una inyección súbita, por supuesto, porque de otra manera no habría distinción en la que basar la moralidad católica, que es especiesista hasta la médula. Puedes matar animales adultos como alimento, pero el aborto y la eutanasia son asesinatos porque está implicada vida humana.

La "red" del catolicismo no se limita a las consideraciones morales, aunque sólo sea porque la moral católica tiene implicaciones científicas. La moral católica requiere la presencia de un gran abismo entre el Homo sapiens y el resto del reino animal. Tal abismo es fundamentalmente antievolutivo. La inyección súbita de un alma inmortal en la línea del tiempo es una intrusión antievolutiva en el dominio de la ciencia.

Hablando más generalmente, es completamente irrealista afirmar, como hacen Gould y muchos otros, que la religión se mantiene fuera del césped de la ciencia, restringida a la moral y los valores. Un universo con una presencia sobrenatural sería un universo fundamental y cualitativamente distinto de uno que no la tuviera. La diferencia es, ineludiblemente, una diferencia científica. La religión realiza afirmaciones sobre la existencia, y esto significa afirmaciones científicas.

Lo mismo es cierto para muchas de las principales doctrinas de la Iglesia Católica Romana. La Inmaculada Concepción, la Asunción corporal de la Virgen María, la Resurrección de Jesús, la supervivencia de nuestras almas tras la muerte: todo esto son afirmaciones de una naturaleza claramente científica. O Jesús tuvo un padre corporal o no lo tuvo. Ésta no es una cuestión de "valores" o "moral"; es una cuestión sobre un hecho formal. Puede que no tengamos la evidencia para responderla, pero es una cuestión científica. Puede estar seguro de que si se descubriese alguna evidencia que apoyara esa afirmación, el Vaticano no se resistiría a promocionarla.

O se descompuso el cuerpo de María cuando murió, o fue extraído físicamente de este planeta hacia el Cielo. La doctrina católica oficial de la Asunción, promulgada tan recientemente como en 1950, implica que el Cielo tiene una ubicación física y existe en el dominio de la realidad física - ¿Cómo podría el cuerpo físico de una mujer ir allí de otra manera? No estoy diciendo aquí que la doctrina de la Asunción de la Virgen sea necesariamente falsa (aunque, por supuesto, así lo pienso). Simplemente estoy refutando la afirmación de que está fuera del dominio de la ciencia. Al contrario, la Asunción de la Virgen es evidentemente una teoría científica. También lo es la teoría de que nuestras almas sobreviven a la muerte corporal, y todas las historias de las visitas angélicas, manifestaciones marianas y milagros de todo tipo.

Hay algo deshonesto y auto beneficioso en la táctica de afirmar que todas las creencias religiosas están fuera del dominio de la ciencia. Por un lado, las historias milagrosas y la promesa de la vida tras la muerte se utilizan para impresionar a la gente sencilla, ganar adeptos y engrosar rebaños. Es precisamente su poder científico lo que les da a estas historias su atractivo popular. Pero, al mismo tiempo, se considera golpe bajo someter a las mismas historias a los rigores habituales de la crítica científica: son temas religiosos y por tanto están fuera del dominio de la ciencia. Pero no se puede jugar a dos bandas. O, al menos, no se debería dejar a los teóricos y proselitistas religiosos que jueguen a dos bandas. Desafortunadamente, demasiada gente, incluyendo a gente no religiosa, está inexplicablemente dispuesta a dejarles.

Supongo que es gratificante tener al Papa como aliado en la lucha contra el creacionismo fundamentalista. Es ciertamente gracioso ver cómo se fastidian los planes de creacionistas católicos como Michael Behe. A pesar de ello, si me dieran a elegir entre el fundamentalismo genuino por un lado, y el doblepensamiento oscurantista y nada ingenuo de la Iglesia Católica Romana por otro, sé muy bien cuál prefiriría.

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viernes, mayo 25, 2007

The root of all evil 1st. part

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lunes, abril 30, 2007

La Improbabilidad de Dios

Texto de Richard Dawkins. Traducción de Gabriel Rodríguez Alberich.

La gente hace muchas cosas en nombre de Dios. Los irlandeses se vuelan los unos a los otros en su nombre. Los árabes se vuelan en su nombre. Los imames y los ayatolás oprimen a la mujer en su nombre. Los papas y sacerdotes en celibato trastornan la vida sexual de la gente en su nombre. Los shohets judíos le rajan la garganta a los animales en su nombre. Los logros de la religión en la historia (las sangrientas cruzadas, los inquisidores torturadores, los conquistadores genocidas, los misioneros destructores de culturas, la resistencia impuesta legalmente a toda verdad científica hasta el último momento) son aun más impresionantes. ¿Y a qué ha ayudado todo esto? Creo que está quedando cada vez más claro que la respuesta es absolutamente a nada. No hay razón para creer en la existencia de ningún tipo de dios, y buenas razones para creer que no existen y nunca han existido. Todo ha sido una enorme pérdida de tiempo y de vidas. Sería un chiste de proporciones cósmicas si no fuera tan trágico.

¿Por qué cree la gente en Dios? Para la mayoría de la gente, la respuesta es todavía una versión del antiguo Argumento del Diseño. Contemplamos la belleza y la complejidad del mundo: el aerodinámico batir del ala de una golondrina, la delicadeza de las flores y de las mariposas que las fertilizan, la hormigueante vida existente en una gota de agua de estanque a través de un microscopio, la copa de una secuoya gigante a través de un telescopio. Nos reflejamos en la complejidad electrónica y la perfección óptica de nuestros propios ojos, que son los que miran. Si tenemos algo de imaginación, estas cosas nos llevan a un sentimiento de respeto y reverencia. Por otra parte, no podemos dejar de impresionarnos por la obvia semejanza entre los organismos vivientes y los diseños cuidadosamente planificados de los ingenieros humanos. Este argumento fue expresado en la famosa analogía del relojero del sacerdote del siglo XVIII William Paley. Aunque no supieras lo que es un reloj, el carácter obviamente diseñado de sus ruedas dentadas y muelles, y de cómo se engranan para un propósito, te forzarían a concluir “que el reloj debe tener un hacedor: que tiene que haber existido, alguna vez, y en algún lugar, un inventor o inventores que lo construyeron para el propósito que le encontramos; que comprendían su construcción, y diseñaron su uso.” Si esto es cierto para un reloj relativamente simple, ¿cuánto más lo será para el ojo, el oído, el riñón, el codo y el cerebro? Estas estructuras bellas, complejas, intrincadas y con un propósito obvio tienen que tener su propio diseñador, su propio relojero (Dios).
Así decía el argumento de Paley, y es un argumento que casi todas las personas pensativas y susceptibles acaban por descubrir en algún momento de su infancia. A lo largo de casi toda la historia, debe haber sido una verdad completamente convincente y autoevidente. Y ahora, como resultado de una de las revoluciones intelectuales más sorprendentes de la historia, sabemos que es falso, o al menos superfluo. Sabemos que el orden y el aparente propósito del mundo viviente ha aparecido mediante un proceso completemente distinto, un proceso que trabaja sin necesidad de ningún diseñador y que básicamente es consecuencia de unas leyes físicas muy simples. Es el proceso de la evolución por selección natural, descubierto por Charles Darwin e, independientemente, por Alfred Russel Wallace.
¿Qué tienen en común todos los objetos que parecen haber tenido un diseñador? La respuesta es su improbabilidad estadística. Si encontramos una piedra transparente pulida en forma de lente por el mar, no concluímos que debe haberla diseñado un óptico: las leyes físicas pueden lograr este resultado sin ayuda; no es tan improbable que simplemente “haya ocurrido”. Pero si encontramos una lente compuesta, corregida cuidadosamente contra la aberración esférica y cromática, con un filtro para la luz brillante, y con las palabras “Carl Zeiss” grabadas en la montura, sabemos que no puede haber aparecido por casualidad. Si coges todos los átomos de la lente compuesta y los juntas al azar bajo la influencia de las leyes de la física, es teóricamente posible que, por pura casualidad, los átomos formen el patrón de una lente compuesta de Zeiss, e incluso que los átomos de alrededor de la montura queden de manera que aparezca grabado el nombre de Carl Zeiss. Pero el número de otras posibilidades en las que podrían quedar los átomos es tan enorme, vasto e inconmensurablemente grande que podemos despreciar completamente la hipótesis de la casualidad. La casualidad no cuenta como explicación.
Por cierto, esto no es un argumento circular. Puede parecer circular porque se podría decir que cualquier disposición de los átomos es muy improbable. Como se ha dicho con anterioridad, cuando una bola cae sobre una hoja de césped particular en un campo de golf, sería absurdo exclamar: “De todos los miles de millones de hojas de césped en los que podría haber caído, la bola ha caído justamente sobre ésta. ¡Qué asombrosa y milagrosamente improbable!” Aquí la falacia es, por supuesto, que la bola tenía que caer en alguna parte. Sólo podemos asombrarnos de la improbabilidad del suceso si lo especificamos a priori: por ejemplo, si un hombre con los ojos vendados gira sobre sí mismo en el tee, golpea la bola al azar, y logra un hoyo en uno. Eso sería realmente asombroso, porque el objetivo de la bola se especifica de antemano.
De los trillones de formas que hay de juntar los átomos de un telescopio, sólo una minoría funcionaría realmente de manera útil. Sólo una pequeña minoría tendría el nombre de Carl Zeiss grabado, o, de hecho, cualquier palabra de cualquier lenguaje humano. Ocurre lo mismo con las piezas de un reloj: de todos los miles de millones de formas que hay de juntarlas, sólo una pequeña minoría dará la hora o hará algo útil. Y, por supuesto, lo mismo ocurre, a posteriori, con las partes de un cuerpo viviente. De las trillones de trillones de maneras que hay de juntar las partes de un cuerpo, sólo una minoría infinitesimal podría vivir, buscar comida, comer y reproducirse. Cierto, hay muchas formas de estar vivo (al menos diez millones de formas si contamos el número de especies distintas que hay en la actualidad) pero, haya las formas que haya de estar vivo, ¡es seguro que hay muchísimas más formas de estar muerto!
Podemos concluir con seguridad que los seres vivos son demasiado complicados (demasiado improbables estadísticamente) para que hayan aparecido por pura casualidad. ¿Cómo, pues, han aparecido? La respuesta es que la casualidad tiene que ver en esta historia, pero no un acto individual y monolítico de casualidad. En cambio, se ha dado uno tras otro en secuencia, una larga sucesión de pequeños pasos casuales, cada uno lo suficientemente pequeño para que sea un producto creíble de su predecesor. Estos pequeños pasos de casualidad están causados por las mutaciones genéticas, cambios al azar (errores de hecho) en el material genético. Estos cambios producen alteraciones en la estructura del cuerpo. La mayoría de estos cambios son letales y llevan a la muerte. Una minoría de ellos resultan ser ligeras mejoras, que llevan a un aumento de la supervivencia y la reproducción. A través de este proceso de selección natural, esos cambios azarosos que resultan ser beneficiosos acaban por extenderse en la especie y se convierte en la norma. La escena queda ahora a la espera de otro pequeño cambio en el proceso evolutivo. Después de, digamos, un millar de estos pequeños cambios, cada uno de los cuales proporciona la base para el siguiente, el resultado final se ha hecho, por proceso de acumulación, demasiado complejo para que haya aparecido en un acto individual de casualidad.
Por ejemplo, es teóricamente posible que aparezca, de un simple golpe de suerte, un ojo de la nada: digamos de la piel desnuda. Es teóricamente posible en ese sentido que la receta se haya escrito en la forma de un gran número de mutaciones. Si todas estas mutaciones ocurrieran simultáneamente, podría aparecer un ojo de la nada. Pero, aunque es teóricamente posible, es inconcebible en la práctica. La cantidad de suerte implicada es demasiado grande. La receta “correcta” implica cambios en un número enorme de genes simultánemente. La receta correcta es una combinación particular de cambios entre trillones de combinaciones de cambios igualmente probables. Podemos descartar con seguridad una coincidencia tan milagrosa. Pero es perfectamente plausible que el ojo moderno haya aparecido a partir de algo casi igual al ojo moderno pero no del todo: un ojo un poquito menos elaborado. Con el mismo argumento, este ojo un poquito menos elaborado apareció a partir de un ojo un poquito menos elaborado aún, etcétera. Si suponemos un número suficientemente grande de diferencias suficientemente pequeñas entre cada etapa evolutiva y su predecesora, podemos derivar un ojo complejo a partir de la piel desnuda. ¿Cuántas etapas intermedias podemos postular? Eso depende de con cuánto tiempo podemos tratar. ¿Ha habido suficiente tiempo para que se desarrollen ojos de la nada mediante pequeños pasos?
Los fósiles nos dicen que la vida se ha desarrollado en la Tierra desde hace más de 3.000 millones de años. Es casi imposible para un hombre imaginar una cantidad de tiempo tan inmensa. Natural y afortunadamente, tendemos a percibir nuestra propia vida como un periodo de tiempo bastante largo, aunque raramente vivamos un siglo. Hace 2.000 años que vivió Jesucristo, un periodo de tiempo suficientemente largo para confundir la diferencia entre historia y mito. ¿Puedes imaginar un millón de veces ese periodo? Supón que queremos escribir toda la historia en un largo rollo de papel. Si metiéramos toda la Historia en un metro de rollo, ¿cuánto ocuparía la parte del rollo destinada a la Prehistoria, desde el principio de la evolución? La respuesta es que la parte del rollo dedicada a la Prehistoria se extendería desde Milán a Moscú. Piensa en las implicaciones que esto tiene en la cantidad de cambio evolutivo que cabría en todo ese tiempo. Todas las razas domésticas de perro (pekineses, perros de lanas, perros de aguas, San Bernardos y Chihuahuas) han surgido a partir de lobos en un periodo de tiempo que se mide en cientos o como mucho miles de años: no más de dos metros en el trayecto de Milán a Moscú. Piensa en la cantidad de cambio implicado en el tránsito de un lobo a un pekinés; ahora multiplica esa cantidad de cambio por un millón. Si lo miras de esa manera, parece más fácil creer que un ojo puede desarrollarse de la nada poco a poco.
Se hace necesario para satisfacer nuestra existencia que todas las partes intermedias en la ruta evolutiva, digamos desde la piel desnuda hasta el ojo moderno, tienen que haberse favorecido por la selección natural; haber sido una mejora con respecto a su predecesor en la secuencia o al menos haber sobrevivido. No tiene sentido pensar que teóricamente existe una cadena de partes intermedias casi imperceptiblemente diferentes, si muchos de esos individuos intermedios han muerto. A veces se arguye que las partes de un ojo tienen que estar todas presentes o el ojo no funcionaría en absoluto. Medio ojo, dice el argumento, no es mejor que ningún ojo. No puedes volar con medio ala; no puedes oír con medio oído. Por tanto no puede haber existido una serie de partes intermedias hasta el ojo, ala u oído modernos.
Este tipo de argumento es tan ingenuo que uno sólo puede preguntarse cuáles son los motivos subconscientes para querer creer en él. Es obviamente falso que medio ojo sea inútil. Los que padecen de cataratas cuyos cristalinos han sito extirpados quirúrjicamente no ven bien sin gafas, pero están mucho mejor que la gente que no puede ver nada. Sin cristalino no puedes enfocar detalladamente una imagen, pero puedes evitar chocar con obstáculos y detectar la sombra amenanzante de un depredador.
Con respecto al argumento de que no se puede volar con medio ala, es refutado por un gran número de animales planeadores, incluyendo a mamíferos de muchos tipos, lagartos, ranas, serpientes y calamares. Muchos tipos distintos de animales arbóreos tienen membranas de piel entre sus articulaciones que son realmente medio alas. Si te caes de un árbol, cualquier membrana de piel o aplanamiento del cuerpo que aumente el área de tu superficie puede salvarte la vida. Y, sean como sean de grandes tus membranas, siempre tiene que haber una altura crítica tal que, si te caes de un árbol desde esa altura, habrías salvado la vida con sólo un poquito más de superficie. Entonces, cuando tus descendientes hayan desarrollado esa superficie extra, podrán salvar sus vidas con sólo un poquito más de superficie, si se caen de un árbol a una altura ligeramente superior. Y así, mediante una sucesión imperceptiblemente gradual de pasos, cientos de generaciones después, aparecen alas completas.
Los ojos y las alas no pueden aparecer de una vez. Eso sería como tener la casi infinita suerte de dar con la combinación que abre la caja fuerte de un gran banco. Pero si giras las ruedas de la cerradura al azar, y cada vez que te acercas un poco al número afortunado la puerta de la caja fuerte hace un crujido, ¡no tardarías en abrir la puerta! Esencialmente, ése es el secreto de cómo la evolución por selección natural logra lo que antes parecía imposible. Las cosas que no pueden derivarse plausiblemente de predecesores muy diferentes pueden derivarse plausiblemente de predecesores sólo ligeramente diferentes. Teniendo una serie suficientemente larga de predecesores ligeramente diferentes, podemos derivar cualquier cosa a partir de cualquier otra cosa.
La evolución, pues, es teóricamente capaz de hacer el trabajo que, érase una vez, parecía ser una prerrogativa de Dios. Pero ¿existe alguna prueba de que la evolución haya existido realmente? La respuesta es sí; las pruebas son abrumadoras. Se encuentran millones de fósiles exactamente en el sitio y exactamente a la profundidad que deberíamos esperar si la evolución fuese cierta. No se ha encontrado ni un solo fósil en un lugar donde la evolución no sea capaz de explicarlo, aunque esto podría haber pasado fácilmente. Un fósil de mamífero en rocas tan antiguas que los peces aún no habían aparecido, por ejemplo, sería suficiente para refutar la teoría de la evolución.
Los patrones de distribución de los animales y plantas en los continentes e islas del mundo es exactamente lo que esperaríamos si se hubieran desarrollado a partir de ancestros comunes mediante un proceso lento y gradual. Los patrones de semejanza entre los animales y plantas es exactamente lo que deberíamos esperar si algunos fueran primos entre ellos, y otros fueran primos más distantes. El hecho de que el código genético sea el mismo en todas las criaturas vivientes sugiere abrumadoramente que todas son descendientes de un único ancestro. La evidencia de evolución es tan convincente que la única manera de salvar la teoría de la creación es suponer que Dios colocó deliberadamente enormes cantidades de pruebas para hacer que pareciese que la evolución fuese real. En otras palabras, los fósiles, la distribución geográfica de los animales, etcétera, son todos un gigante truco de timador. ¿Alguien quiere adorar a un Dios capaz de tal fraude? Es seguro mucho más reverente, y más sensato científicamente , aceptar el significado literal de la evidencia. Todos los seres vivos son primos unos de otros, descendientes de un ancestro remoto que vivió hace más de 3.000 millones de años.
El Argumento del Diseño ha sido pues destruido como razón para creer en Dios. ¿Hay muchos más argumentos? Algunos creen en Dios por lo que dicen es una revelación interior. Tales revelaciones no son siempre edificantes pero parecen sin duda reales al individuo implicado. Muchos habitantes de manicomios tienen la fe interior de que son Napoleón o Dios mismo. El poder de esas convicciones es indudable para los que las tienen, pero esto no es razón para que el resto de nosotros les creamos. De hecho, ya que esas creencias son mutuamente contradictorias, no las creemos en absoluto.
Hay algo más que debe decirse. La evolución por selección natural explica muchas cosas, pero no pudo empezar de la nada. No podría haber empezado hasta que apareciese algún tipo de reproducción y herencia. La herencia moderna está basada en el código del ADN, que es de por sí demasiado complicado para que apareciese espontáneamente mediante una casualidad individual. Esto parece significar que tuvo que haber existido un sistema hereditario anterior, ahora desaparecido, que era lo suficientemente simple para que apareciese por casualidad por las leyes de la química, y que proporcionó el medio en el que pudo dar comienzo una forma primitiva de selección natural acumulativa. El ADN fue un producto posterior de esta selección acumulativa. Antes de esta original forma de selección natural, hubo un periodo en el que los compuestos químicos se formaron a partir de elementos más simples, siguiendo las conocidas leyes de la física. Antes de eso, todo fue construido a partir del hidrógeno puro como consecuencia inmediata del big bang, el suceso que inició el universo.
Existe la tentación de argumentar que, aunque Dios puede no ser necesario para explicar la evolución de orden complejo una vez que el universo comenzó con sus leyes fundamentales de la física, sí necesitamos a Dios para explicar el origen de todas las cosas. Esta idea no le deja mucho trabajo a Dios: sólo hizo estallar el big bang, se sentó y esperó a que pasara todo. El físico-químico Peter Atkins, en su libro maravillosamente escrito La Creación, postula un Dios perezoso que se esforzó por hacer lo menos posible para iniciarlo todo. Atkins explica cómo todo suceso en la historia del universo resulta, por simple ley física, de su predecesor. Así reduce el trabajo que el perezoso creador necesitaría realizar y finalmente concluye que, de hecho, ¡no habría necesitado hacer nada en absoluto!
Los detalles de la etapa primordial del universo pertenecen al reino de la física, mientras que yo soy un biólogo, más relacionado con las etapas posteriores de la evolución de la complejidad. Para mí, la cuestión importante es que aunque el físico necesite postular un mínimo irreductible que tuvo que estar presente en el inicio, para que el universo pudiera comenzar, ese mínimo irreductible es ciertamente extremadamente simple. Por definición, las explicaciones que surgen de premisas simples son más plausibles y más satisfactorias que las explicaciones que tienen que postular comienzos complejos y estadísticamente improbables. ¡Y es difícil conseguir algo más complejo que un Dios Todopoderoso!

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miércoles, marzo 28, 2007

Esto de trabajar no deja nada bueno

Por andar concentrado en el trabajo me pasó inadvertido el cumpleaños número 66 de uno de mis ateos favoritos: Richard Dawkins.
De manera tardía me uno a las felicitaciones que se le hicieron al Dr. Dawkins y sinceramente espero que haya Dawkins para rato.
A continuación reproduzco mi ensayo favorito de, en palabras de otra persona que ahora no recuerdo, quien es "lo más cercano a un ateo profesional desde Bertrand Russell":

¿Para qué sirve la religión?

Por Richard Dawkins

(Este artículo fue tomado de la revista Free Inquiry , Volumen 24, Número 5.)

Como Darwiniano, el aspecto de la religión que llama mi atención es su derroche libertino, su despliegue extravagante de inutilidad barroca. La naturaleza es un contador tacaño, enviando los centavos, observando el reloj, castigando el más mínimo desperdicio. Si un animal salvaje realiza habitualmente una actividad inútil, la selección natural favorecerá a los individuos rivales que a cambio dedican tiempo a sobrevivir y a reproducirse. La naturaleza soporta jeux d'esprits frívolos. El utilitarismo rudo triunfa, aunque no parezca.

"El hormigueo (Anting)" es el hábito raro de pájaros como el arrendajo que "al bañarse" en un nido de hormigas aparentemente incita a las hormigas a invadir sus plumas. Nadie sabe a ciencia cierta cuál es el beneficio de esto: tal vez sea algo de higiene, limpieza de parásitos en las plumas. Mi punto es que la incertidumbre como propósito no-ni debe-hacer que los Darwinianos dejen de creer, con gran confianza, que el "hormigueo", debe ser bueno para algo.

La conducta religiosa en simios bípedos ocupa grandes cantidades de tiempo. Devora grandes recursos. Una catedral medieval consumía cientos de hombres y siglos en su construcción. La música sagrada y las pinturas devocionales monopolizaron enormemente el talento medieval y el del Renacimiento. Miles, talvez millones, de personas han muerto, con frecuencia aceptando primero la tortura, por la lealtad a una religión contra una alternativa que apenas se distinguía. Gente devota ha muerto por sus dioses, asesinado por ellos, ayunado por ellos, soportado azotes, llevado una vida de celibato y jurado silencio por el bien de la religión.

Aunque los detalles varían según las culturas, ninguna cultura conocida carece de una versión de los rituales religiosos del paso del tiempo, consumo de riqueza, provocación de hostilidad, pérdida de la fecundidad. Todo esto presenta un mayor rompecabezas para alguien que piensa de manera Darwiniana. Adivinamos por qué los arrendajos utilizan las hormigas. ¿No es la religión un reto similar, una afrenta a priori al Darwinismo, que requiere de una explicación análoga? ¿Por qué rezamos y cedemos en prácticas costosas que, en muchos casos individuales, más o menos consumen totalmente nuestras vidas?

Por supuesto, los cavernícolas deben ahora venir dando tumbos. La conducta religiosa es solamente un asunto Darwiniano si se extiende, no alguna anomalía extraña. Aparentemente, es universal, y el problema no se ve solamente porque los detalles cambien con las culturas. Como con el lenguaje, el fenómeno subyacente es universal, aunque se interpreta de manera diferente en diferentes regiones. No todos los individuos son religiosos, como la mayoría de los lectores de esta revista pueden atestiguar. Pero la religión es un universal humano: cada cultura, en cualquier lugar del mundo, tiene un estilo de religión que aún los no practicantes reconocen como norma para esa sociedad, así como se tiene un estilo de vestir, un estilo de cortejar y un estilo de servir la comida. ¿Para qué es buena la religión?

Hay poca evidencia de que las creencias religiosas protejan a las personas de enfermedades relacionadas con el estrés. La evidencia no es buena, pero no sería del todo tan sorprendente. Una parte no-insignificante de lo que un doctor puede darle a un paciente es consuelo y seguridad. Mi doctor no practica literalmente la imposición de manos. Pero muchas veces he sido instantáneamente sanado de alguna enfermedad menor por una voz calmada y tranquilizante de un rostro inteligente superando un estetoscopio. El efecto placebo está bien documentado. Pastillas ficticias, sin ninguna actividad farmacéutica, mejoran la salud demostrablemente. Es por eso que las pruebas de drogas utilizan placebos como controles. Es por eso que los remedios homeopáticos parecen funcionar, aunque ellos están tan diluidos que contienen la misma cantidad de ingrediente activo que el placebo de control-cero moléculas.

¿Es la religión un placebo médico, que prolonga la vida reduciendo el estrés? Talvez, aunque la teoría va a tener que aceptar el reto de los escépticos quienes señalan las muchas circunstancias en las que la religión aumenta el estrés más que lo que lo disminuye. En cualquier caso, encuentro la teoría del placebo muy exigua para tener en cuenta el fenómeno masivo o persuasivo de la religión. No pienso que tengamos la religión porque nuestros antecesores religiosos redujeron sus niveles de estrés y por lo tanto sobrevivieron más. No pienso que ésta sea una teoría lo suficientemente grande para la tarea.

Otras teorías se desvían del punto de las explicaciones Darwinianas. Me refiero a sugerencias como, "La religión satisface nuestra curiosidad acerca del universo y nuestro lugar en él." O "La religión es consuelo. La gente le teme a la muerte y están enredados en religiones que prometen que la sobreviviremos." Puede haber algo de verdad sicológica en esto, pero no es en sí misma una explicación Darwiniana. Como lo ha dicho Steven Pinker en How the Mind Works (Cómo trabaja la mente) (Penguin, 1997):

. . . sólo surge la pregunta de por qué una mente evolucionará para encontrar confort en creencias que claramente ve que son falsas. Una persona yerta no encuentra confort creyendo que está tibia; una persona cara a cara con un león no se apacigua creyendo que es un conejo. (p. 555)


Una versión Darwiniana de la teoría del miedo a la muerte tendría que ser de la manera, "La creencia en la supervivencia después de la muerte tiende a posponer el momento en el que se pone a prueba." Esto podría ser cierto o falso-talvez esta sea otra versión del estrés y de la teoría del placebo-pero no debo seguirla. Mi punto es que ésta es la clase de camino en el que un Darwiniano debe rescribir la pregunta.

Los planteamientos sicológicos al efecto de que la gente encuentre alguna creencia agradable o desagradable son aproximados, no explicaciones últimas. Como Darwiniano me preocupan las preguntas últimas.

Los Darwinianos resaltan la distinción entre próxima y última. Las preguntas próximas nos conducen a la sicología y neuroanatomía. No hay nada de malo con las explicaciones próximas. Son importantes y científicas. Pero mi preocupación son las explicaciones últimas relacionadas con lo Darwiniano. Si los neurocientíficos encuentran un "centro de dios" en el cerebro, los científicos Darwinianos como yo, queremos saber por qué el centro de dios evolucionó. ¿Por qué aquellos de nuestros antecesores quienes tuvieron una tendencia genética a que creciera un centro de dios sobrevivieron mejor que sus rivales que no lo tenían? La pregunta última Darwiniana no es una mejor pregunta, no es una pregunta más profunda, no es una pregunta más científica que la pregunta próxima neurológica. Pero es de la que hablo aquí.

Algunas últimas supuestas explicaciones pasan a ser -o son declaradas- teorías de selección de grupos. La selección de grupos es la idea controversial de que la selección Darwiniana elige entre grupos de individuos, en la misma forma que, de acuerdo con la teoría Darwiniana normal, elige entre individuos en los grupos. El antropólogo de Cambridge Colin Renfrew, por ejemplo, sugiere que la Cristiandad sobrevivió por una forma de selección por grupos ya que esto promovió la idea de la lealtad y el amor fraterno entre grupos. El evolucionista Americano David Sloan Wilson ha hecho una sugerencia similar en la Catedral de Darwin.

Este es un ejemplo, para mostrar otra forma en la cual la teoría de la selección por grupos de la religión podría funcionar. Una tribu con un "dios de las batallas" conmovedoramente beligerante gana las guerras contra una tribu cuyo dios pide paz y armonía o una tribu sin ningún dios. Los guerreros que creen que la muerte de un mártir los enviará derecho al paraíso luchan valientemente y deseosos de dar sus vidas. De modo que es más probable que su tribu sobreviva a una selección entre tribus, robe el ganado de la tribu que conquistó y tome a sus mujeres como concubinas. Esas tribus exitosas crean otras tribus hijas que salen y propagan más tribus hijas, todas venerando al mismo dios de la tribu. Note que es diferente a decir que la idea de una religión guerrera sobreviva. Claro que lo hará, pero en este caso el punto es que el grupo de personas que sostienen la idea sobreviven.
Hay objeciones formidables a las teorías de la selección de grupos. Pero debo tratar de alejarme de estas en esta columna. Los modelos matemáticos sugieren condiciones muy especiales bajo las cuales la selección de grupos puede funcionar. Podría decirse que las religiones en las tribus humanas establecen dichas condiciones especiales. Esta es una línea interesante de la teoría para seguir, pero no lo haré aquí.

¿Puede la religión ser un fenómeno reciente, que surgió desde que nuestros genes fueron sometidos a la selección natural? Su ubicuidad va contra cualquier versión simple de esta idea, No obstante, existe una versión de ésta que quiero defender. La propensión de que lo que fue naturalmente seleccionado en nuestros antecesores no fue la religión per se. Tiene otros beneficios, y solo se manifiesta incidentalmente hoy como conducta religiosa. Entenderemos esta conducta religiosa solamente después de haberla renombrado. Es natural para mí como zoologista utilizar una analogía de los animales no humanos.

La "jerarquía de dominación" fue descubierta primero como el "orden de picoteo" en las gallinas. Cada gallina aprende qué individuos puede picotear en una lucha y cuáles lo picotearán. En una jerarquía de dominación bien establecida, se puede ver una lucha poco evidente. Grupos estables de gallinas, que han tenido la oportunidad de clasificarse en un orden de picoteo, ponen más huevos que en gallineros cuya afiliación cambia continuamente. Esto puede sugerir una "ventaja" para el fenómeno de la jerarquía de dominación. Pero este no es un buen Darwinismo, ya que la jerarquía de dominación es un fenómeno a nivel de grupos. Los granjeros pueden cuidar la productividad del grupo, pero, excepto bajo condiciones muy peculiares que no aplican aquí, la selección natural no lo hace.

Para un Darwiniano, la pregunta "¿Cuál es el valor de supervivencia de la jerarquía de dominación?" no es legítima. La pregunta adecuada es, "¿Cuál es el valor de supervivencia individual de deferencia para las gallinas más fuertes? Y de castigar la falta de deferencia de las más débiles." Las preguntas Darwinianas tienen que dirigir la atención hacia el nivel en el cual las variaciones genéticas puedan existir. Las tendencias agresivas o deferentes en gallinas son un objetivo adecuado ya que ellas varían o pueden variar fácilmente genéticamente. Los fenómenos de grupos como jerarquía de dominación no varían en sí genéticamente, puesto que los grupos no tienen genes. O por lo menos usted tendría su trabajo detenido argumentando un sentido peculiar en el cual un fenómeno de grupo pudiera estar sujeto a variación genética.

Mi punto, por supuesto, es que la religión puede ser como la jerarquía de dominación. "¿Cuál es el valor de supervivencia de la religión?" puede ser la pregunta equivocada. La pregunta correcta puede ser, "¿Cuál es el valor de supervivencia tanto de una conducta individual o característica sicológica no especificada todavía, que se manifiesta, bajo circunstancias apropiadas, como de la religión?" Tenemos que rescribir la pregunta antes de responderla sensatamente.
Los Darwinianos que buscan el valor de supervivencia de la religión se están haciendo la pregunta equivocada. En cambio, nos debemos centrar en algo en la evolución de nuestros antecesores que no hubiera sido reconocido como religión, pero que está listo para ser reconocido como tal en contexto modificado de la sociedad civilizada.

Cité el orden de picoteo en las gallinas, y el punto es muy importante para mi tesis que espero que usted perdone otro ejemplo de animal. Las polillas vuelan por encima de la llama de una vela y no parece un accidente. Ellas se salen de su camino para hacer de ellas mismas una ofrenda. Podemos llamar a esto "conducta de auto inmolación" y preguntarnos cómo la selección natural Darwiniana podría favorecerla. Mi punto, de nuevo, es que necesitamos rescribir la pregunta antes de poder si quiera dar una respuesta inteligente. No es suicidio. El suicidio aparente surge como un efecto colateral inadvertido.

La luz artificial es una llegada reciente en la escena nocturna. Hasta hace poco, las únicas luces nocturnas eran la luna y las estrellas. Estando en infinidad óptica, sus rayos son paralelos, lo que los hace compases ideales. Se sabe que los insectos utilizan los objetos celestiales para guiarse con exactitud en una línea recta. El sistema nervioso de los insectos es experto en establecer una regla temporal de reconocimiento como, "Establecer un curso tal que los rayos de luz lleguen a sus ojos a un ángulo de 30°." Debido a que los insectos poseen ojos compuestos, esto sumará para favorecer un omatidio particular (tubo óptico individual que sale de la parte del centro del ojo compuesto).

Pero el compás de luz cuenta con el objeto celestial que está en la infinidad óptica. De lo contrario, los rayos no están paralelos sino que divergen como los radios de una rueda. Un sistema nervioso que utiliza una regla de 30° hacia una vela, como si fuera la luna, guiará a la polilla, en un espiral logarítmico puro, hacia la flama.

Es aún, en promedio, una buena regla. No notamos los cientos de polillas que silenciosamente y efectivamente están guiándose por la luna o una estrella luminosa o es más, por las luces de una ciudad distante. Solamente vemos polillas que se lanzan hacia nuestras luces y nos hacemos la pregunta incorrecta. ¿Por qué todas esas polillas están suicidándose? En cambio, debemos preguntarnos por qué ellas tienen sistemas nerviosos que se guían manteniendo un ángulo fijo automático hacia los rayos de luz, una táctica que sólo notamos en ocasiones cuando va mal. Cuando se replantea la pregunta, desaparece el misterio. Nunca estuvo bien llamarlo suicidio.

Una vez más aplica la lección para la conducta religiosa en humanos. Observamos gran número de personas -en muchas áreas locales suman hasta el 100 por ciento- que mantienen creencias que contradicen de lleno hechos científicos demostrables, así como a religiones rivales. Ellas no sólo sostienen estas creencias sino que dedican tiempo y recursos a actividades costosas que surgen de mantenerlas. Mueren o matan por ellas. Nos asombramos ante todo esto, así como nos maravillamos de la conducta de inmolación de las polillas. Desconcertados, nos preguntamos "¿Por qué?" Aún de nuevo, el punto es que podemos estar haciéndonos la pregunta incorrecta. La conducta religiosa puede ser una falla, una manifestación desafortunada de una propensión sicológica subyacente que en otras circunstancias fue una vez útil.

¿Qué podría haber sido esa propensión sicológica? ¿Cuál es el equivalente de utilizar los rayos paralelos de la luna como compás útil? Ofreceré una sugerencia, pero debo hacer énfasis que es sólo un ejemplo de la clase de cosas de las que estoy hablando. Estoy mucho más comprometido con la idea general de que la pregunta debe ser replanteada correctamente que con lo que estoy en dar una respuesta en particular.

Mi hipótesis específica tiene que ver con los niños. Más que otras especies, sobrevivimos debido a la experiencia acumulada de las generaciones previas. Teóricamente, los niños deben aprender de la experiencia para no nadar en aguas infestadas de cocodrilos. Pero para decir lo menos, habrá una ventaja selectiva en los cerebros de los niños con la regla: Crea lo que sus mayores le digan. Obedezca a sus padres, obedezca a los ancianos de la tribu, especialmente cuando adopten un tono solemne. Obedezca sin preguntar.

Nunca he olvidado un sermón horroroso, predicado en la capilla de mi escuela cuando era pequeño. Fue horroroso: en ese entonces, mi cerebro de niño lo aceptó como lo pretendía el predicador. Él contó la historia de un grupo de soldados, que entrenaba a lado de una línea del ferrocarril. En un momento crítico, el sargento que dirigía el entrenamiento se distrajo y olvidó dar la orden de detenerse. Los soldados que habían sido bien entrenados para obedecer órdenes sin preguntar continuaron marchando justo en la vía en la que venía un tren. Ahora, por supuesto, no creo la historia, pero lo hice cuando tenía nueve años. El punto es que el predicador quería que nosotros los niños consideráramos como virtud el servilismo de los soldados y la obediencia incuestionable hacia una orden, por demás absurda. Y, hablando por mí, pienso que lo consideramos como una virtud. Me pregunto si yo hubiera tenido el coraje de cumplir con mi deber marchando hacia el tren.

Como los soldados entrenados idealmente, los computadores hacen lo que se les dice. Ellos obedecen servilmente las instrucciones que se les den correctamente en su lenguaje de programación. Es así como realizan cosas útiles como procesar palabras y hacer hojas de cálculo. Pero, como producto inevitable, son igualmente automáticos al obedecer malas instrucciones. No tienen forma de decir si una instrucción tendrá un efecto bueno o malo. Simplemente obedecen, como se suponen que hacen los soldados.

Es su obediencia incuestionable lo que hace que un computador sea vulnerable a la infección de virus. Un programa diseñado maliciosamente que diga "Cópieme en todo nombre en cualquier lista de direcciones que encuentre en este disco duro" será obedecido sencillamente y obedecido nuevamente por otros computadores a los cuales se les envíe, de manera exponencial. Es imposible diseñar un computador que sea obediente y al mismo tiempo inmune a la infección.

Si he hecho mi trabajo bien, usted ya habrá completado el argumento acerca del cerebro de los niños y la religión. La selección natural construye los cerebros de los niños con una tendencia a creer lo que sus padres y ancianos de la tribu les digan. Y esta cualidad los hace automáticamente vulnerables a la infección. Por excelentes razones de supervivencia, los cerebros de los niños necesitan confiar en sus padres y en los ancianos a los cuales sus padres les dijeron que debían confiar. Una consecuencia automática es que "el que confía" no tiene forma de distinguir entre un buen consejo y uno malo. El niño no puede decir que "Si nada en el río será alimento de los cocodrilos" es un buen consejo pero que "El que no arriesga un huevo no tiene un pollo" es un mal consejo. Estos suenan igual. Ambos consejos vienen de fuentes confiables y están dichos con una seriedad solemne que exige respeto y requiere obediencia.

Lo mismo aplica para las proposiciones acerca del mundo, el cosmos, la moralidad y la naturaleza humana. Y, por supuesto, cuando el niño crece y tiene sus propios hijos, naturalmente les pasará toda la suerte a sus hijos utilizando las mismas sentencias impresionantes.

En este modelo, esperamos que, en diferentes regiones geográficas, diferentes creencias arbitrarias que no tienen una base real sean transmitidas, para que sean creídas con la misma convicción que los conocimientos útiles de la sabiduría tradicional tales como la creencia de que el estiércol es bueno para los cultivos. También debemos esperar que estas creencias que no están basadas en los hechos evolucionarán por generaciones, aleatoriamente o siguiendo alguna clase de analogía de la selección Darwiniana, mostrando eventualmente un patrón de divergencia significativa de los ancestros comunes. Los lenguajes se van distanciando de un origen común dado el tiempo suficiente en la separación geográfica. Igualmente verdaderas son las creencias tradicionales y los requerimientos judiciales transferidos por generaciones, inicialmente debido a la capacidad de programación del cerebro de un niño.

La selección Darwiniana establece que el cerebro en la niñez tiene una tendencia a creer en sus ancianos, a imitar, por lo tanto indirectamente a extender rumores, leyendas urbanas y a creer en religiones. Pero dado que la selección genética ha creado los cerebros para esto, entonces ellos pueden proporcionar el equivalente de una nueva clase de herencia no genética, que puede formar la base de una nueva clase de epidemiología y talvez una nueva clase de selección Darwiniana no genética. Yo creo que la religión es uno de los grupos de fenómenos explicados por esta clase de epidemiología no genética, con la posible mezcla de una selección Darwiniana no genética. Si estoy en lo correcto la religión no tiene un valor de supervivencia para los seres humanos individuales ni para el beneficio de sus genes. El beneficio si existiera no sería la religión en sí.

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martes, marzo 20, 2007

El final de la fe


Peter Morales, Ministro principal
Iglesia Unitaria Jefferson, Golden, Colorado
7 de enero de 2007 (Trad. Jaume de Marcos)

Tengo que confesarlo. He vuelto a caer en la tentación. Mientras pensaba cómo iba a presentar este sermón sobre el final de la fe, Pat Robertson surgió de la nada y me dio una oportunidad que no podía rechazar. Para los que no lo conozcan, Pat Robertson es uno de los más famosos telepredicadores de Estados Unidos.

Pat acababa de regresar de su retiro anual de fin de año. Durante el retiro, Dios le había dicho que un ataque terrorista contra Estados Unidos iba a causar una matanza durante este año. El año pasado, Robertson dijo que Dios había enviado un infarto a Ariel Sharon como castigo por haber cedido territorio israelí a los palestinos. En 2004, Dios le dijo a Pat que George Bush volvería a ganar las elecciones por un amplio margen. También le dijo que Bush conseguiría reformar la Seguridad Social. El mayo pasado, Dios le dijo que unas tormentas y quizá hasta un tsunami azotarían las costas de América. A Robertson no parece importarle que los mensajes de Dios sean tan precisos como un horóscopo o una tirada de cartas. Su fe parece inquebrantable. Es un hecho revelador sobre nuestra cultura que los medios de comunicación crean que estos desvaríos son noticia.

Chiflados como Robertson son una tentación peor que el más suculento manjar que puedan imaginar. No puedo resistir la tentación de ridiculizar estas creencias tan tontas. Y sin embargo, debería hacerlo. Los telepredicadores como Robertson, Falwell y otros como ellos estén tan desquiciados que ya ni siquiera sea divertido burlarse de ellos. Por desgracia, son la punta de un iceberg de creencias religiosas ridículas. Casi la mitad de los norteamericanos afirman creer en el relato literal de la creación tal como aparece en Génesis (sin que les importe que haya dos mitos de la creación distintos en Génesis). Decenas de millones de personas creen que serán elevados a los cielos antes del fin del mundo. Cuatro de cada cinco norteamericanos creen que Jesús va a regresar, y uno de cinco piensan que esto va a suceder durante su vida.

En el mundo musulmán, la situación es igualmente mala. Millones de musulmanes creen que los infieles deben ser ajusticiados. Cada día vemos pruebas de que fieles musulmanes creen que reventarse a sí mismos y reventar a otros es un acto religioso heroico que los conducirá directamente al paraíso. Por cierto, los suicidas creen que en este paraíso vivirán una fantasía erótica para los varones heterosexuales. Peor aún, hay encuestas recientes que muestran que la mitad de los musulmanes piensan que los ataques suicidas están justificados.

Se utiliza la fe para justificar y promover actos de violencia terribles. Por desgracia, esto no es nuevo. Piensen en el reinado de terror cristiano que significó la Inquisición. Todos y cada uno de nosotros habríamos sido víctimas del Tribunal. Piensen en los juicios contra las brujas y los ahorcamiento de Massachusetts. Calvino creía que estaba cumpliendo la voluntad de Dios cuando quemó a Miguel Servet en la hoguera por criticar la doctrina de la Trinidad. Hay muchas historias en las escrituras hebreas de matanzas masivas de hombres, mujeres y niños cuyo único delito había sido vivir en la tierra ansiada por los hebreos. Esas historias no suelen enseñarse en la escuela bíblica. Ni tampoco los pasajes que hablan de apedrear a los adúlteros hasta la muerte. Es un tema recurrente de la historia humana que la fe religiosa sirva como justificación de crímenes.

Por eso no debe extrañarnos que algunas persons piensen que todos estaríamos mejor sin ninguna fe y sin religión. El libro de Sam Harris,The End of Faith(El final de la fe) es un éxito de ventas en Estados Unidos. Lo mismo sucede con otro libro, The God Delusion (El engaño de Dios), de Richard Dawkins. Harris, que concentra la mayor parte de sus críticas en la religión fundamentalista, también descarga su ira contra los religiosos moderados. Según su argumento, los moderados constituyen un problema al hacer que la religión sea más respetable y que sea más difícil atacarla. Harris explica que estaríamos mucho mejor sin fe de ningún tipo.

La cuestión de si la humanidad estaría mejor sin religiones es una
cuestión importante que no puede descartarse de entrada.

Si examinamos nuestro país, ¿creen que estaríamos mejor sin fundamentalismo? Sin duda. El fundamentalismo, particularmente el de la variedad evangélica más derechista, no es sólo erróneo, sino que es peligroso. Los fundamentalistas que creen que el mundo acabará pronto se muestran indiferentes ante el problema de la protección del medio ambiente. Se oponen a los derechos de las personas gays, lesbianas y transexuales, y rechazan que se enseñe biología. También están en contra de que se usen células madre en la investigación científica. Se han opuesto a los derechos de las mujeres. El presidente Bush cree que Dios guía su política de guerra, lo que me hace recordar con nostalgia el cinismo de Richard Nixon o Lyndon Johnson. Si la fe corresponde a muchas cosas que vemos en América, afirmo que la fe debería desaparecer cuanto antes.

Si miramos al resto del mundo, la imagen no es mucho mejor. Una forma militante del Islam se ha infiltrado en muchas partes del mundo. Es un Islam que envía a terroristas suicidas a atacar a gente inocente en el nombre de Alá. Oprime a su propio pueblo, reprimiendo a las mujeres y a cualquiera que disienta. ¿Estaríamos mejor si esta versión militante del Islam desapareciera de la tierra? Sin duda alguna.

Entonces, ¿por qué no decidimos librarnos de la fe y la religión de una vez por todas?

Lamentablemente, la pregunta de si estaríamos mejor sin religión es errónea. Seguro que estaríamos mejor sin religiones que llaman a unas personas a odiar a otras. Seguro que estaríamos mejor sin una fe que pida a la gente que ignore el mundo de la ciencia y la educación.

Pero la fe religiosa ciega, junto con el terrible daño que causa, no van a desaparecer sólo porque un pequeño grupo de eruditos escépticos desee que se desvanezca. He comenzado este sermón burlándome de las conversaciones que Pat Robertson cree tener con Dios. Decía que burlarme de él era caer en la tentación. El problema es que ridiculizar las creencias absurdas de otros (por divertido que sea a veces) no hace ningún bien. Créanme. Lo sé. Lo he intentado durante los últimos 40 años. Es curioso que, cuando uno se burla de las creencias de la gente, éstos se sienten heridos y enfadados. Criticar lo que otros creen puede ser necesario a veces, pero no nos va a llevar muy lejos.

La cuestión real es la siguiente: ¿qué podemos hacer para superar esta lamentable situación? ¿Cómo podemos hacer que el mundo deje de ser un lugar donde la fe religiosa mate a personas y nos ponga en peligro a todos? Porque la fe, tal como existe en el mundo en la actualidad, está causando muertes.

Una cosa que debemos preguntarnos es por qué tantos millones de personas creen en cosas que son tan fantásticas e improbables. ¿Por qué creen de todo corazón que Dios quiere que maten a otras personas que no comparten su fe? ¿Por qué la inmensa mayoría de los norteamericanos creen que Jesús va a volver? ¿Por qué cree la gente que Jesús y Mahoma ascendieron flotando hacia el cielo? ¿Por qué millones de personas rechazan las evidencias palpables que producen la astronomía y la geología y creen en mitos y cuentos de hadas sobre el origen de la vida y el cosmos? La gente que cree todo tipo de cosas imposibles son tan inteligentes como ustedes o yo. La gente no acepta ideas estúpidas porque sean estúpidos.

Creen en todas esas cosas porque les ayuda a dar sentido y propósito a sus vidas. Las creen porque al hacerlo forman parte de algo mayor. La fe religiosa aporta orden y suprime la ansiedad de la duda. La fe, incluso la fe desorientada en leyendas mitológicas, da a la gente la sensación de ocupar un lugar especial en la creación. Da a sus vidas forma y dirección. La fe ofrece tranquilidad. A lo largo de la historia, vemos una y otra vez que la gente prefiere morir por una fe mal enfocada que afrontar una vida que es un abismal absurdo.

Mi objeción a las críticas que personas como Sam Harris hacen a la fe religiosa no es que la crítica sea equivocada. Lo que pienso es que no van a cambiar las cosas. No pueden hacerlo.

El argumento de Harris, por ejemplo, se basa en la distinción que realiza entre fe y razón. Empieza haciendo críticas a las tradiciones religiosas, unas críticas con las que la mayoría de nosotros (aunque no todos, desde luego) estaríamos de acuerdo. Señala el peligro de la fe fundamentalista de todo tipo. Sin embargo, continúa mezclando las fes teístas fundamentalistas con las creencias de los nazis y los comunistas. Aunque ambas ideologías eran ateas hasta el tuétano, Harris las define como "fes" porque son dogmáticas e inspiran a la gente a hacer cosas terribles. Sin duda que hay similitudes entre los sistemas de creencias, tanto si son "religiosos" como si no. Sin embargo, los comunistas responderían enérgicamente que su visión del mundo es racional y totalmente opuesta a la fe. Lo mismo harían los nazis. ¿Quién decide qué es fe y qué es razón?

El problema de Harris y la gente que piensa como él es que la distinción entre la fe "mala" y la razón "buena" apenas es objetiva. Bajo la "fe" tiende a incluir aquellas creencias que a Harris le parecen criticables, mientras que llama "razón" a las creencias con las que está de acuerdo. ¿Sobre qué base decidimos qué creencias son razonables y cuáles no? Harris diría que son razonables aquellas creencias que pueden verificarse empíricamente.

El caso es que las creencias "razonables" (como las teorías científicas) que pueden probarse empíricamente no nos ayudan mucho en las grandes cuestiones de la vida. Harris cree que la ciencia puede responder a las preguntas humanas fundamentales sobre el bien, el mal y la espiritualidad. Dedica un capítulo entero a la ciencia del bien y del mal. Es, en mi opinión, un ensayo poco argumentado y vacilante que se acerca peligrosamente a la afirmación de que lo bueno es lo que nos hace felices. ¡Gran descubrimiento! Esto no es muy útil ni parece muy profundo. ¿Y qué hacemos cuando lo que a mí me hace feliz te hace a ti infeliz?

Las mentes más brillantes se han esforzado durante siglos por crear un fundamento puramente racional de la ética y por alcanzar una visión de la vida feliz. Estos intentos no han afectado a muchas personas. En los últimos 50 años, grandes filósofos como John Rawls y Jurgen Habermas han escrito obras profundas, reflexivas y ambiciosas que intentan crear una base racional para la idea del bien. Dudo que nadie de los presentes haya leído sus libros (yo los he leído porque eran de lectura obligada en el seminario.) Nadie, salvo algunos académicos, lee estas cosas. Que una persona crea que la ciencia y la razón van a crear una visión intelectualmente fascinante y emocionalmente satisfactoria de lo que es bueno en la vida, es un salto de fe tan engañoso como creer que el apocalipsis comenzará la semana próxima. La ciencia y la razón no van a decirnos el sentido de la vida.

Así pues, ¿qué nos queda? Por un lado, muchas de las creencias religiosas de la gente son dañinas. Es posible que su fe dé sentido a sus vidas y que creen una comunidad de fe que les proporcione un sentido de pertenencia. Su fe también puede aportarles una tradición espiritual que les abra las puertas a una experiencia espiritual gracias a la oración y a la contemplación. Sin embargo, las religiones tradicionales lo hace a un coste terrible. Participan de un tribalismo que conduce a la violencia y piden a sus seguidores que se cierren a la ciencia y al conocimiento moderno.

Por otro lado, tenemos aquéllos que ven los males inherentes a tales carencias y piden el fin de la fe. Pero, ¿qué nos dan a cambio? Una visión de razón y felicidad que es demasiado fría, erudita, elitista, individualista y hedonista.

Necesitamos algo mejor. Necesitamos tanto un final de la fe como un renacer de la fe. Necesitamos un final de la fe que cree que la religión trata de creer en lo sobrenatural y en un dios que dirige a unos para que maten a otros. Necesitamos un final de la fe que aboga por la violencia y fomenta la ignorancia. Necesitamos un final de fe que pide sacrificios en esta vida para tener recompensas en la próxima. Necesitamos desesperadamente que acabe esta clase de fe.

Y del mismo modo necesitamos desesperadamente que nazca un nuevo tipo de fe. Necesitamos una nueva alternativa para la gente que busca profundidad, espiritualidad, sentido y propósito en sus vidas.

Necesitamos una fe que sea al mismo tiempo nueva y antigua. Necesitamos creencias y una orientación espiritual que se base en las mejores cosas que las tradiciones religiosas han dado a la humanidad. Necesitamos una fe que se base en las grandes enseñanzas sobre la compasión y la comunidad, y que están en el centro del Judaísmo, el Cristianismo, el Islam y el Budismo. También debemos conservar la sabiduría que contienen todas estas tradiciones sobre el poder de la práctica religiosa. Todas las tradiciones subrayan el valor de la reflexión, tanto si toma la forma de plegaria como la de meditación. Todas las tradiciones enseñan la importancia de una nueva comprensión y el poder del amor. Cualquier fe que hagamos nuestra debe nutrirse del pasado. Rechazar todo el pasado es ser tan ciego como arrogante.

Podemos, y debemos, traer del pasado lo que es bueno y sabio. Y también debemos estar dispuesto a dejar atrás las limitaciones de otros tiempos. Quien busque una explicación sobre la cosmología en un texto que tenga miles de años de antigüedad es un loco. Esos textos fueron escritos por personas muy sabias en algunos aspectos, pero que sabían menos del mundo físico de lo que saben cualquier estudiante de enseñanza primaria hoy.

Nuestra fe debe ser un lugar para toda la experiencia humana y para todas las personas. Lo último que necesitamos hoy es un grupo que afirme que Dios les ha elegido. Necesitamos una fe que no trate realmente sobre creencias específicas. Necesitamos una fe hoy en el antiguo sentido de la palabra "fe": una confianza profunda. Una fe que trate sobre profundidad: amor profundo, experiencia profunda, compromiso profundo. Necesitamos una fe abierta al presente y al futuro, no atada al pasado.

Podemos crear una fe así. Podemos vivirla. Ya lo estamos haciendo, a nuestra manera imperfecta y dubitativa. Podemos honrar el pasado sin venerarlo. Podemos vivir vidas llenas de esperanza, alegría y sentido. Podemos aprender a amarnos unos a otros más profundamente y servir al mundo.

Debe crear y mostrar otro camino. La única manera de ir más allá de las limitaciones de una fe ciega es tener una fe con los ojos bien abiertos. La única manera de superar una fe que justifique la violencia es una fe que enseñe la compasión. La única manera de dejar atrás una fe prisionera del pasado es una fe digna del futuro. La única alternativa a una fe atrapada por la ignorancia es una fe que disfrute aprendiendo.

Nuestro desafío es ayudar a una crear una comunidad de fe así y compartirla con todos. Por eso importa tanto que crezca este pequeño movimiento nuestro. El mundo anhela una fe religiosa que pueda conducirnos a un futuro que supere la violencia, la superstición, el odio y el miedo.

Juntos, podemos hacerlo.

¿Debe haber un final para la fe? Sin duda. Las fes del pasado deben desaparecer antes de que nos aniquilen a todos.

¿Es el tiempo de una nueva fe? ¡Desde luego! Que sea éste el tiempo del renacer de la fe. Tengamos una fe que no trate de creer en lo imposible, sino en confiar en todo lo bueno y amoroso. Seamos fieles a nuestros ideales de compasión y a nuestras prácticas espirituales que nos abren a nuevas intuiciones.

Que el amor guíe nuestros corazones mientras la razón guía nuestras mentes.

Creo que ésta es toda la fe que necesitamos. Ojalá sepamos hacerla realidad. Amén.


Un muy buen sermón que espero atraiga algunos comentarios y reflexiones.
Personalmente creo que Morales se equivoca al decir que la ideología nazi era atea al tuétano; sin duda, tenía mucha pseudociencia pero había una gran dosis de magia y mesianismo en la ideología. Hitler era una católico confeso, consultaba a los astros, tenía una obsesión insana, según cuentan algunos, por hacerse de la lanza de Longinos, su promesa de un reich que duraría 1000 años se basaba en su creencia en algunas profecías místicas que posiblemente adquirió de la teosofía de Blavatsky, etc.
El caso comunista es un caso triste de irracionalidad mal disfrazada de racionalidad. La pseudociencia y el veto de pensamiento que impusieron a sus habitantes son hechos que hacen díficil negar que eran sociedades de "fe", aunque ateas en teoría. Ahí el argumento de Morales es engañoso porque tramposamente dicotomiza "fe" y ateismo.
Por lo demás es indudable que incluso el ateo más recalcitrante tiene una buena dosis de fe en si mismo, fe en sus compañeros, fe en un futuro mejor, fe en que al día siguiente despetara para vivir otro día más. Aunque eso de ninguna manera lo obliga a aistir a un templo a escuchar sermones como el que recién reproduje.

Fernando Velázquez

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martes, febrero 06, 2007

El derecho a usar la razón

Ser ateo es una posición difícil. Se arriesga uno a escuchar mucho de retórica, un tanto de estupidez y otro de fanatismo. Lo que hace especialmente difícil acercar la brecha entre creyentes y ateos es ese salto de irracionalidad que nosotros(los ateos) no estamos dispuestos a dar.

El día de hoy me escribieron dos enunciados difíciles de digerir:

-Dios no es un ideal abstracto, es una realidad inefable.

-El hecho de que no creas en Él, no te da ningún derecho a juzgarlo si nadie tiene derecho a juzgarte a ti.

El primero de estos enunciados a su vez requiere de un desmenuzamiento de su estructura. La condición inefable de dios es una idea algo vieja que se convierte en dogma con la Bula Ineffabilis Deus (Dios inefable), conservado en la Biblioteca del Vaticano. La experiencia mística tiene mucho que ver con la supuesta inefabilidad de dios. Esto lo digo así porque para afirmar que una realidad es inefable es necesaria la admisión de una experiencia mística, una realización de algo trascendente o que así lo parece, una realidad que no cumple por completo con una definición formal de realidad pero que si represente una experiencia real como enamorarse o tener miedo. Por supuesto que el que una idea tenga un buen efecto moral sobre una persona no nos dice nada sobre su verdad. Yo podría obrar bien por temor a una tortuga devoradora de bribones o por amor a mis padres, pero eso no significa que las tortugas devoradoras de bribones existan o que mis padres en efecto me amen.
Claro que la descripción de dios como realidad podría estar más acorde a lo una vez expresado por Carl Sagan:

“La idea que Dios es un grandullón hombre blanco con barba que está sentado en el cielo y que lleva la cuenta de la caída de cada gorrión es ridícula. Pero si con Dios uno quiere decir el conjunto de leyes físicas que gobiernan el universo, entonces evidentemente existe tal Dios. Este Dios es emocionalmente insatisfactorio… no tiene mucho sentido rezarle a la ley de la gravedad”.

Con la segunda afirmación tengo una objeción más grande, no porque me sienta en posición de juzgar lo abstracto. Por el contrario, mis ataques a la religión organizada tienen que ver con la simpleza y pequeñez del dios que adoran. Si digo que el dios cristiano es un personaje terrible, cruel y vengativo, poco tendría que ver con que en efecto hubiera existido un cristo hijo de un dios omnipotente enviado a la tierra en una misión cuyo éxito podría tildarse de debatible cuando menos; sino del personaje descrito en los evangelios, en el nuevo testamento, en los textos apócrifos. El dios de la Biblia, el Corán, el Talmud, y otros libros sagrados, nos dice más sobre la crueldad, venganza y mezquindad del ser humano que sobre el personaje de ficción creado por estos “iluminados”.
El que digan que no tengo derecho a opinar sobre los personajes de estos libros suena tan ridículo como pedir que no se hagan críticas a la nueva novela de Michael Crichton. Podemos expresar nuestras críticas a los partidos políticos, al gobierno o al sistema económico, pero la religión irracionalmente goza de un status de privilegio. Como recientemente leí en “The god delusion”, de una persona con prejuicios se espera que sepa defender esas convicciones, a menos, claro está, que esos prejuicios formen parte de su creencia religiosa. Si eres homofóbico o misógino no puedes decir “las mujeres y los homosexuales son inferiores, y si no me dejan decirlo están violando mi libertad de expresión”, en cambio: “las mujeres y los homosexuales son inferiores porque así lo dice el Señor, y si no me dejan decirlo están violando mi libertad de creencia”, es totalmente aceptable.
También es una mentira decir que nadie tiene derecho a juzgarme, y tal afirmación debe ser acotada a decir que nadie tiene derecho a juzgarme mientras que mis acciones no representen un peligro inmediato a aquellos que me rodean. Ciertamente prohibir la expresión religiosa es un camino al fracaso, si de lo que se trata es de estimular el pensamiento libre y racional; sin embargo, no es saludable que los más aspectos más oscuros, ignorantes, antipáticos y violentos de las religiones deban ser tolerados, esos aspectos que verdaderamente representan un peligro inmediato a otros.

El dios del Viejo Testamento es posiblemente el personaje de ficción más desagradable: celoso y orgulloso de serlo, un mezquino, injusto, e implacable manipulador; un vengativo y sanguinario partidario de la limpieza étnica; un misógino, homofóbico, racista, infanticida, genocida, fraticida, pestilente, megalomaniaco, sadomasoquista, caprichosamente malévolo gañán.

Richard Dawkins

Fernando Velázquez

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viernes, enero 26, 2007

Los nuevos embates de la irracionalidad mexicana

Michael Shermer escribe en Science Magazine:

“No hay posición en la cual las personas son más inamovibles que en sus creencias religiosas. No hay aliado más poderoso que uno pueda invocar en un debate que Cristo, Dios, o Alá, o cómo quiera que uno llame a este “ser superior”. Las facciones religiosas se esparcen por nuestras tierras y no utilizan su influencia con sabiduría. Están tratando de forzar a los líderes gubernamentales a seguir sus posiciones en un ciento por ciento. Si estás en desacuerdo con alguno de estos grupos religiosos, se quejan, amenazan con retirar su apoyo económico, electoral, o ambos. Estoy francamente harto y asqueado con los predicadores políticos que me dicen…si quieres ser una persona moral, tienes que creer en A, B, C, y D. ¿Quiénes se creen que son?”

La ironía está en que el párrafo, en palabras del propio Shermer, es una reproducción casi exacta de las palabras de uno de los líderes políticos conservadores más poderosos de EEUU. Estas palabras son utilizadas con mucha frecuencia por personajes de un intelecto particularmente estrecho para defender sus posiciones, en una ideología pseudolibertaria.

En México, desde el sexenio anterior hemos visto el ascenso y tolerancia de posiciones fanáticas y religiosas en asuntos de interés público. Las posiciones blandas que asumen los medios, intelectuales y la población en general a estos abusos, sólo traen más abusos. En el sexenio de Fox permitimos que los libros de secundaria fueran censurados por políticos irresponsables para satisfacer posiciones religiosas respecto a un servicio público; hoy la Secretaria de Salud está dirigida por el personaje más ignorante y reaccionario que jamás ha ocupado esa posición en el México moderno.

Estos asaltos de ignorancia e intolerancia son fácilmente perpetrados cuando las autoridades comparten y abiertamente expresan esos prejuicios. Olvidando su deber de procurar el bien común para imponer su propia visión del mundo.

No podemos pedir que nuestros políticos sean adalides de la racionalidad, pero si tenemos que exigirles que sean honestos. Cuando el Subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud en la Secretaría de Salud se acoge a un oscuro estudio conducido por él mismo, que contradice 50 años de educación sexual, para justificar la cancelación de las campañas de información sobre sexo seguro, se está siendo por lo menos deshonesto e inepto. Su posición me recuerda a los estudios gubernamentales sobre botánica que se dirigían en la Unión Soviética y que demostraban la eficiencia de la ciencia marxista (como si la ciencia pudiera ser marxista o cristiana o islámica o judía).

Yo si estoy asqueado de ver emisarios de la ignorancia tratando de meter sus manos en la forma en que se enseña la ciencia. También estoy asqueado de oir a latinfundistas de la moralidad repitiendo mentiras una y otra vez, y decir que sus mentiras son hechos científicos. Estoy harto de su deshonestidad, de su incompetencia y su falta de humanidad.Ni la ciencia ni la religión son camino a la felicidad ni a la armonía; la primera porque su naturaleza es amoral, la segunda porque su esencia fundamentalmente divisoria. De lo que no hay duda es que la mejor manera de acabar con la intolerancia, ignorancia y miedo es la ciencia. Si la ciencia no se opone a la peligrosidad del pensamiento religioso, ¿entonces quién?.

Fernando Velázquez

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domingo, enero 07, 2007

Por qué es prácticamente seguro que Dios no existe

Por Richard Dawkins
Traducción de Anahí Serí.

Estados Unidos, país que fue fundado en el laicismo como faro de la Ilustración del siglo XVIII, se está convirtiendo en víctima de la política religiosa, una circunstancia que habría horrorizado a los fundadores de la nación. El poder político de hoy en día concede más valor a las células embrionarias que a las personas adultas. Se obsesiona con el matrimonio de homosexuales, en lugar de preocuparse por temas verdaderamente importantes que suponen una diferencia para el mundo. Obtiene un apoyo electoral crucial de unos ciudadanos religiosos con tan poco sentido de la realidad que creen que van a «ascender» al cielo, quedando sus vestimentas tan vacías como sus mentes. Otros especímenes más extremos anhelan una guerra mundial, que identifican con el Apocalipsis que presagia el Segundo Advenimiento. Sam Harris, en su nuevo y breve libro Carta a una nación cristiana [Letter to a Christian Nation] da en el clavo, como siempre:

«Por lo tanto, no es exagerado afirmar que si la ciudad de Nueva York fuera súbitamente reemplazada por una bola de fuego, un porcentaje significativo de la población estadounidense vería un halo de esperanza en el subsiguiente hongo nuclear, pues sugeriría que iba a suceder lo mejor que jamás pudiera ocurrir: el regreso de Cristo. Imagínense las consecuencias si una parte significativa del gobierno de Estados Unidos realmente pensara que el mundo está a punto de acabarse y que el fin va a ser glorioso. El hecho de que casi la mitad de la población estadounidense aparentemente se lo cree, basándose simplemente en el dogma religioso, debería considerarse una emergencia moral e intelectual».

¿Comprueba Bush diariamente el índice de ascensiones, como hacía Reagan con el horóscopo? No lo sabemos, pero ¿acaso alguien se sorprendería?
Mis colegas científicos tienen razones añadidas para declarar una emergencia. Los ataques a la investigación sobre células madre, ignorantes y absolutistas, no son más que la punta del iceberg. Estamos ante nada menos que un ataque global a la racionalidad y a los valores de la Ilustración que inspiraron la creación de la primera y más grande de las repúblicas laicas. La educación científica, y con ella el futuro de la ciencia en este país, está amenazada. Derrotada provisionalmente en un juzgado de Pennsylvania, la «pasmosa estupidez» (frase inmortal del juez John Jones) del «diseño inteligente» sigue aflorando continuamente. Atajarla es una responsabilidad que nos lleva mucho tiempo pero que es importante, y los científicos están empezando a salir de su autocomplacencia. Durante años han seguido tranquilamente con su ciencia, subestimando de forma lamentable a los creacionistas que, sin aptitud ni interés por la ciencia, se han dedicado a la muy seria labor política de subvertir a las juntas escolares locales. Los científicos, y los intelectuales en general, están ahora tomando conciencia de esta amenaza que nos viene de los talibanes usamericanos.
Los científicos se dividen en dos campos según lo que consideran la mejor estrategia para enfrentarse a la amenaza. La corriente de opinión de Neville Chamberlain, propiciadora del apaciguamiento, se centra en la batalla de la evolución. En consecuencia, sus miembros identifican al fundamentalismo como el enemigo y hacen ingentes esfuerzos por apaciguar la religión «moderada» o «sensata» (lo cual no es una tarea difícil, pues los obispos y los teólogos desprecian a los fundamentalistas tanto como los científicos). En cambio, los científicos de la corriente de Winston Churchill, consideran que la lucha por la evolución no es más que una batalla en una guerra más amplia: una guerra que se avecina entre el sobrenaturalismo por un lado y la racionalidad por otra. Para ellos, los obispos y los teólogos están, junto con los fundamentalistas, en el bando de lo sobrenatural, y no es cuestión de apaciguarlos.
La escuela de Chamberlain acusa a los churchilianos de sacudir el bote hasta el extremo de enturbiar las aguas. El filósofo de la ciencia Michael Ruse escribió:
«Nosotros, que amamos la ciencia, tenemos que darnos cuenta de que el enemigo de nuestros enemigos es nuestro amigo. Es demasiado frecuente que los evolucionistas dediquen tiempo a insultar a quienes podrían ser sus aliados. Esto vale sobre todo para los evolucionistas laicos. Los ateos pasan más tiempo atacando a cristianos bien dispuestos que enfrentándose a los creacionistas. Cuando Juan Pablo II escribió una encíclica en la que aprobaba el darwinismo, la respuesta de Richard Dawkins se redujo a acusarle de hipocresía, a decir que era imposible que fuera sincero al referirse a la ciencia, y Dawkins afirmó que él prefería a un fundamentalista honrado».

Un reciente artículo de Cornelia Dean publicado en el New York Times cita al astrónomo Own Gingerich cuando dice que, al propugnar simultáneamente la evolución y el ateísmo, «el Dr. Dawkins probablemente está consiguiendo lograr más adeptos al diseño inteligente que cualquiera de los principales teóricos del diseño inteligente».
No es la primera, no es la segunda, no es ni siquiera la tercera vez que se hace esta observación absolutamente estúpida.
Los chamberlainitas suelen citar el principio del difunto Stephen Jay Gould: NOMA, non-overlapping magisteria, «magisterios que no se superponen». Gould sostenía que la ciencia y la auténtica religión nunca entran en conflicto porque habitan dimensiones del discurso totalmente separadas:
«Se lo digo a todos mis colegas, y lo repito por enésima vez (tanto en reuniones estudiantiles como en tratados eruditos): sencillamente, la ciencia no puede zanjar con sus métodos legítimos la cuestión de la posible supervisión de la naturaleza por parte de Dios. Ni lo afirmamos ni lo negamos; sencillamente, no podemos pronunciarnos sobre ello como científicos».

Suena estupendamente, hasta que uno se para a pensar un momento sobre ello. Entonces, se da cuenta de que la presencia de una deidad creadora en el universo es claramente una hipótesis científica. De hecho, es difícil imaginarse, en toda la ciencia, una hipótesis más trascendental. Un universo con un dios sería un tipo de universo totalmente diferente de un universo sin dios, y la diferencia sería científica. Dios podría resolver el asunto a su favor en cualquier momento montando una demostración espectacular de sus poderes, algo que pudiera satisfacer incluso los exigentes estándares de la ciencia. Incluso la Templeton Foundation, de triste fama, reconoció que Dios es una hipótesis científica: financiando ensayos con doble enmascaramiento para averiguar si las oraciones a distancia podían acelerar la recuperación de pacientes enfermos del corazón. Por supuesto, el resultado fue negativo, aunque un grupo de control que sabía que habían rezado por ellos más bien empeoró (¿qué tal si se entabla una demanda colectiva contra la Templeton Foundation?). A pesar de esfuerzos como éstos, que tanta financiación han recibido, no se han hallado aún pruebas de la existencia de Dios.
Para apreciar la hipocresía de las personas creyentes que aceptan el principio NOMA, imagínense que unos arqueólogos forenses descubrieran, por casualidad, unas pruebas basadas en el ADN que demostraran que Jesús nació de una madre virgen y que no tenía padre. Si los entusiastas del NOMA fueran sinceros, deberían rechazar el ADN del arqueólogo sin dudarlo: «Es irrelevante. Las pruebas científicas no tienen ninguna relación con las cuestiones teológicas. Magisterio equivocado». ¿Acaso alguien se cree, de verdad, que iban a decir algo de ese estilo? Podemos apostarnos lo que sea a que no sólo los fundamentalistas, sino todos los profesores de teología y todos los obispos del país proclamarían a los cuatro vientos la evidencia arqueológica.
O bien Jesús tenía padre o no lo tenía. La cuestión es una cuestión científica, y se usarían pruebas científicas, de haberlas, para zanjarla. Lo mismo vale para cualquier milagro; y la creación deliberada e intencionada del universo tendría que haber sido la madre y el padre de todos los milagros. O bien ocurrió o bien no ocurrió. Se trata de un hecho, así o asá, y en nuestro estado de incertidumbre le podemos asignar una probabilidad; una estimación que puede ir variando a medida que se acumula más información. La mejor estimación, por parte de la humanidad, de la probabilidad de la creación divina se redujo considerablemente en 1859 con la publicación de El origen de las especies, y a lo largo de las décadas subsiguientes ha seguido reduciéndose, mientras la evolución se consolidaba en el siglo XIX como teoría plausible, hasta llegar a convertirse, en la actualidad, en un hecho demostrado.
La táctica de los chamberlainitas de ponerse a buenas con la religión «razonable», a fin de presentar un frente unido frente a los creacionistas («diseño inteligente»), no es mala si nuestra preocupación central es la batalla por la evolución. Se trata de una preocupación válida y aplaudo a quienes la defienden, como Eugenie Scott en Evolución frente a Creacionismo [Evolution versus Creationism]. Pero si nos preocupa la formidable cuestión científica de si el universo fue o no creado por una inteligencia sobrenatural, entonces las líneas divisorias pasan por otro sitio. Tratándose de esta cuestión más amplia, los fundamentalistas están en el mismo bando que la religión «moderada» y yo me encuentro en el bando opuesto.
Por supuesto, se está presuponiendo que el Dios del que hablamos es una inteligencia personal tal como Yavé, Alá, Baal, Odín, Zeus o Krishna. Si por «Dios» entendemos amor, naturaleza, bondad, el universo, las leyes de la física, el espíritu de la humanidad o la constante de Planck, todo lo anterior carece de sentido. Una estudiante estadounidense preguntó a su profesor si tenía alguna opinión sobre mí. «Claro que sí», le respondió aquél. «Está absolutamente convencido de que la ciencia es incompatible con la religión, pero se extasía con la naturaleza y el universo. Para mí, ¡eso es religión!». En efecto, si eso es lo que se entiende por religión, muy bien, entonces soy un hombre religioso. Pero si tu Dios es un ser que diseña universos, escucha plegarias, perdona pecados, hace milagros, lee tus pensamientos, se preocupa por tu bienestar y te resucita de los muertos, entonces no es probable que te sientas satisfecho. Como dijo el célebre físico estadounidense Steven Weinberg, «Si quieres decir que “Dios es energía” entonces puedes encontrar a Dios en un pedazo de carbón». Pero no cuentes con que vas a llenar tu iglesia de fieles.
Cuando Einstein dijo «¿Tenía Dios una opción cuando creó el universo?», lo que quería decir es «El universo, ¿se podría haber iniciado de más de una manera?». «Dios no juega a los dados» fue una expresión poética de Einstein para mostrar su duda sobre el principio de indeterminación de Heisenberg. Es sabido que Einstein se molestó cuando los teístas interpretaron esta afirmación como creencia en un Dios personal. Pero, ¿qué esperaba? Debía haber sido palpable para él el ansia de malentendidos. Los físicos «religiosos» normalmente resulta que lo son sólo en el sentido einsteiniano: son ateos con un temperamento poético. También yo lo soy. Sin embargo, dado este anhelo de malentendidos, tan extendido, el confundir deliberadamente el panteísmo einsteiniano con la religión sobrenatural es un acto intelectual de alta traición.
Si aceptamos pues que la hipótesis de Dios es una hipótesis científica propiamente dicha, a cuya verdad o falsedad no tenemos acceso simplemente por falta de pruebas, ¿cuál debería ser nuestra mejor estimación de la probabilidad de que Dios existe, dadas las pruebas de las que disponemos en estos momentos? En mi opinión, la probabilidad es bastante reducida, y a continuación explico por qué.
En primer lugar, la mayoría de los argumentos tradicionales a favor de la existencia de Dios, desde Tomás de Aquino, son fáciles de desmontar. Varios de ellos, por ejemplo el argumento de la primera causa, se basan en una regresión infinita que llega a su fin con Dios. Pero nadie nos explica por qué Dios, misteriosamente, es capaz de poner fin a las regresiones infinitas sin requerir él mismo una explicación. Ciertamente, necesitamos algún tipo de explicación para el origen de todas las cosas. Los físicos y los cosmólogos se dedican a esta ardua labor. Pero cualquiera que sea la respuesta (una fluctuación cuántica aleatoria, o una singularidad Hawking/Penrose o como quiera que acabemos llamándola), será simple. Por definición, las cosas complejas, estadísticamente improbables, no ocurren así sin más; necesitan ser explicadas. No son capaces de poner fin a las regresiones infinitas, a diferencia de lo que ocurre con las cosas simples. La primera causa no puede haber sido una inteligencia, por no hablar de una inteligencia que responde a plegarias y le gusta ser adorada. Las cosas inteligentes, creativas, complejas, estadísticamente improbables aparecen tardíamente en el universo, como producto de la evolución o de algún otro proceso de escalada gradual a partir de un principio simple. Aparecen tardíamente en el universo y por tanto no pueden ser responsables de su diseño.
Otro de los esfuerzos de Tomás de Aquino, la vía de los grados de perfección, merece la pena ser expuesto con detalle, pues es un típico ejemplo de la debilidad del razonamiento teológico. Tomás de Aquino dijo que nosotros percibimos grados, pongamos por caso, de bondad o temperatura, y los medimos por referencia a un máximo:
«Ahora bien, el máximo de cualquier género es la causa de todo en dicho género; así el fuego, que es el máximo del calor, es la causa de todas las cosas calientes... Por tanto, debe existir algo que sea para todos los seres la causa de su ser, bondad, y cualquier otra perfección; y eso es lo que llamamos Dios».

¿Eso se considera un argumento? Por la misma razón podríamos decir que la gente varía en cuanto a su olor, pero que sólo podemos juzgarlos por referencia a un máximo perfecto de olor concebible. Por tanto, debe existir un ser oloroso preeminente sin parangón, y lo llamamos Dios. Se puede utilizar cualquier otra dimensión comparativa que se desee, para derivar una conclusión igualmente fatua. A eso lo llaman teología.
El único de los argumentos tradicionales a favor de Dios que se emplea ampliamente en la actualidad es el argumento teleológico, llamado a veces «argumento del diseño», si bien (dado que el nombre da por sentada la cuestión de su validez) debería llamarse más bien «argumento a favor del diseño». Se trata del familiar argumento «del relojero», que sin duda es uno de los malos argumentos más superficialmente plausibles jamás descubiertos; y que casi todo el mundo redescubre hasta que se les hace ver la falacia lógica y la brillante alternativa de Darwin.
En el mundo familiar de los artefactos humanos, las cosas complicadas que tienen apariencia de haber sido diseñadas han sido diseñadas. Para un observador ingenuo, parece deducirse que las cosas del mundo natural de similar complejidad que parecen diseñadas, como los ojos o los corazones, también han sido diseñadas. No se trata solamente de un argumento por analogía. Aquí hay una apariencia de razonamiento estadístico; es falaz, pero comporta una ilusión de plausibilidad. Si barajamos un millón de veces al azar los fragmentos de un ojo o de una pierna o de un corazón, ya tendríamos suerte e dar con una sola combinación capaz de ver, caminar o bombear. Esto demuestra que estos dispositivos no podrían haberse constituido al azar. Y por supuesto que ningún científico razonable dijo jamás que así fuera. Lamentablemente, la educación científica de la mayoría de los estudiantes británicos y estadounidenses omite toda mención de Darwin, y por tanto la única alternativa al azar que la mayoría de las personas pueden imaginar es el diseño.
Incluso antes de la época de Darwin, la falta de lógica saltaba a la vista: ¿cómo podría haber sido jamás una buena idea postular, como explicación para la existencia de cosas improbables, a un diseñador que tendría que ser más improbable aún? Todo el argumento cae lógicamente por su base, como ya se dio cuenta Hume antes del nacimiento de Darwin. Lo que no conocía Hume es la alternativa de suprema elegancia que Darwin propondría, alternativa tanto al azar como al diseño. La selección natural es tan deslumbrantemente poderosa y elegante que no sólo explica la totalidad de la vida, sino que eleva nuestra conciencia y da una espaldarazo a nuestra confianza en la capacidad de la ciencia para explicar todo lo demás.
La selección natural es más que una mera alternativa al azar; es la única alternativa definitiva jamás planteada. El diseño sólo es una explicación factible de la complejidad organizada a corto plazo. No es una explicación final, pues los propios diseñadores requieren una explicación. Si, como una vez especularon Francis Crick y Leslie Orgel medio en broma, la vida fue sembrada deliberadamente en nuestro planeta por un cargamento de bacterias que venía en la ojiva de un cohete, habrá que hallar una explicación para los alienígenas inteligentes que lanzaron el cohete. En última instancia, tienen que haber evolucionado de forma gradual a partir de inicios más simples. Solamente la evolución, o algún tipo de «grúa» gradualista, para emplear el ingenioso término de Daniel C. Dennett, es capaz de poner fin a la regresión. La selección natural es un proceso anti-aleatorio que va construyendo gradualmente la complejidad, paso a paso. El producto final de este efecto cremallera es un ojo, o un corazón, o un cerebro; un dispositivo cuya complejidad es absolutamente desconcertante hasta que divisamos la suave rampa por la que se llega a él.
Esté, o no, en lo cierto en cuanto a mi conjetura de que la evolución es la única explicación para la vida en el universo, de lo que no cabe duda es de que es la explicación de la vida en este planeta. La evolución es un hecho, y está entre los hechos más fehacientes que conoce la ciencia. Pero tuvo que empezar de alguna manera. La selección natural no puede obrar sus milagros hasta que no se den ciertas condiciones mínimas, de las cuales la más importante es un sistema de duplicación fiable; el ADN o algo que funcione como el ADN.
El origen de la vida en nuestro planeta, es decir, el origen de la primera molécula capaz de autorreproducirse, es difícil de estudiar, pues (probablemente) sólo sucedió una vez, hace 4 mil millones de años en condiciones muy distintas de las que ahora prevalecen. Tal vez nunca lleguemos a saber cómo ocurrió. A diferencia de los sucesos evolutivos que le siguieron, debe haber sido un suceso auténticamente improbable; demasiado improbable, quizás, como para que los químicos lo reproduzcan en el laboratorio o desarrollen siquiera una teoría plausible de lo que ocurrió. Esta conclusión tan extrañamente paradójica, el que una explicación química del origen de la vida, para ser plausible, tiene que ser inverosímil, sería la conclusión correcta si la vida en el universo fuera extremadamente rara. Y de hecho nunca nos hemos topado con ningún atisbo de vida extraterrestre, ni siquiera por radio; circunstancia que dio lugar a la exclamación de Enrico Fermi: «¿Dónde están todos?».
Supongamos que el origen de la vida en un planeta tuvo lugar por un golpe de suerte sumamente improbable, tan improbable que únicamente sucede en un planeta por cada mil millones de planetas. La Fundación Nacional de Ciencia se reiría del químico que propusiera una investigación que sólo tuviera una probabilidad de éxito del uno por cien, por no hablar de uno entre mil millones. Y sin embargo, dado que hay al menos un trillón de planetas en el universo, incluso con unas probabilidades tan reducidas se llega a que hay vida en mil millones de planetas. Y uno de ellos (aquí es donde entra en juego el principio antrópico) tiene que ser la Tierra, puesto que aquí estamos.
Si partiéramos en una nave espacial para encontrar el planeta de la galaxia que alberga vida, las probabilidades en contra de hallarlo serían tan altas que en la práctica sería una tarea imposible. Pero si estamos vivos (y es patente que lo estamos si estamos a punto de embarcar en una nave espacial) no tenemos que molestarnos en buscar ese único planeta puesto que, por definición, nos encontramos en él. El principio antrópico es realmente bastante elegante. Por cierto, yo en realidad no creo que el origen de la vida fuera tan improbable. Creo que la galaxia tiene muchas islas de vida diseminadas por ahí, aunque esas islas estén demasiado apartadas unas de otras para que podamos concebir esperanzas de encontrarnos con una de ellas. A lo que quiero llegar es simplemente que, dado el número de planetas en el universo, el origen de la vida podría ser, en teoría, un golpe de suerte equivalente al de un golfista con los ojos vendados que metiera la bola en uno. La belleza del principio antrópico es que, incluso con estas pasmosas probabilidades en nuestra contra, nos da una explicación perfectamente satisfactoria de la presencia de la vida en nuestro propio planeta.
El principio antrópico se suele aplicar no a planetas, sino a universos. Los físicos han sugerido que las leyes y constantes de la física son demasiado buenas, como si el universo estuviera montado para favorecer nuestra eventual evolución. Es como si hubiera, digamos, media docena de diales que representan las principales constantes de la física. En principio, cada uno de los diales se puede ajustar a un valor determinado de una amplia gama de valores. Jugueteando al azar con estos diales, casi cualquier combinación daría lugar a un universo en el que la vida sería imposible. Algunos universos se esfumarían en el primer microsegundo. Otros no contendrían ningún elemento de mayor peso que el hidrógeno y el helio. Y en otros, la materia nunca se condensaría para formar estrellas (y se necesitan estrellas para que surjan los elementos químicos y con ellos la vida). Se puede hacer una estimación de las probabilidades, muy bajas, de que los seis diales están bien ajustados, y concluir que debe haber intervenido un sintonizador divino. Pero como ya hemos visto, esta explicación es vacua porque da por sentada la cuestión más fundamental de todas. El divino sintonizador tendría que ser, por su parte, al menos tan improbable como el ajuste de sus diales.
Una vez más, el principio antrópico brinda una solución de una elegancia abrumadora. Los físicos tiene ya razones para sospechar que nuestro universo, todo lo que vemos, es sólo un universo entre tal vez miles de millones. Algunos teóricos postulan un multiverso de espuma, en donde el universo que conocemos no es más que una burbuja. Cada burbuja tiene sus propias leyes y constantes. Las leyes de la física que nos resultan familiares son unas leyes provincianas. De todos los universos en la espuma, sólo una minoría posee lo que se necesita para generar vida. Y, con una visión antrópica a posteriori, es obvio que tenemos que encontrarnos en un miembro de esta minoría, pues aquí estamos, ¿no? Como han dicho los físicos, no es ningún accidente que veamos estrellas en el cielo, pues un universo sin estrella carecería de los elementos químicos necesarios para la vida. Es posible que existan universos en cuyos cielos no haya estrellas; pero estos universos carecen de habitantes que las echen en falta. Análogamente, no es ningún accidente que veamos una gran diversidad de especies vivas: pues un proceso evolutivo que es capaz de dar lugar a una especie que ve cosas y reflexiona sobre ellas necesariamente tiene que producir al mismo tiempo muchas otras especies. La especie reflexiva debe estar rodeada de un ecosistema, igual que debe estar rodeada de estrellas.
El principio antrópico nos permite postular una buena dosis de suerte a la hora de explicar la existencia de vida en nuestro planeta. Pero hay límites. Se nos permite un golpe de suerte para el origen de la evolución, y quizás por unos cuantos sucesos únicos más, como el origen de la célula eucariota y el origen de la conciencia. Pero con eso se acaba nuestro derecho a postular la suerte a gran escala. Insisto en que no podemos invocar grandes golpes de suerte que expliquen la ilusión de diseño que transmite cada una de las mil millones de especies de seres vivos que han poblado la Tierra. La evolución de la vida es un proceso general y continuo, que esencialmente da lugar al mismo resultado en todas las especies, aunque los detalles varíen.
A diferencia de lo que a veces se afirma, la evolución es una ciencia predictiva. Si se toma una especie hasta ahora no estudiada y se la somete a un minucioso escrutinio, cualquier evolucionista podrá predecir que cada individuo que se observe hará todo lo que esté en su poder, a la manera propia de su especie (planta, herbívoro, carnívoro, nectívoro o lo que sea) para sobrevivir y propagar el ADN que alberga. No estaremos aquí el tiempo suficiente para poner a prueba la predicción, pero podemos decir, con gran confianza, que si un cometa alcanza la Tierra y extermina los mamíferos, una nueva fauna surgirá para ocupar su lugar, igual que los mamíferos ocuparon el de los dinosaurios hace 65 millones de años. Y los roles que desempeñarán los nuevos actores en el drama de la vida serán a grandes rasgos, aunque no en los detalles, similares a los roles que desempeñaron los mamíferos y los dinosaurios antes que ellos, y antes que los dinosaurios los reptiles que se asemejaban a los mamíferos. Es de esperar que las mismas reglas se sigan en millones de especies en todo el globo, y durante cientos de millones de años. Una observación general de este tipo requiere un principio explicativo diferente del principio antrópico que explica sucesos excepcionales como el origen de la vida o el origen del universo como un golpe de suerte. Este principio totalmente diferente es la selección natural.
Nosotros explicamos nuestra existencia combinando el principio antrópico y el principio de selección natural de Darwin. Esta combinación proporciona una explicación completa y profundamente satisfactoria de todo lo que vemos y sabemos. La hipótesis divina no sólo es innecesaria. No es en absoluto parsimoniosa. No solamente no necesitamos a Dios para explicar el universo y la vida. Dios aparece en el universo como algo flagrantemente superfluo. Por supuesto, no podemos demostrar la inexistencia de Dios, como tampoco podemos demostrar la inexistencia de Thor, las hadas, los duendes y el Monstruo Espagueti Volador. Pero, al igual que ocurre con esas otras fantasías que no podemos desmentir, podemos decir que Dios es muy, muy improbable.

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