Recientemente me volví a topar con uno de los mitos más famosos que abraza comúnmente la derecha. El mito se refiere a la figura de Juárez. A la que les gusta ver como una figura malvada que no fue ni de cerca el defensor de las libertades individuales ni el laico defensor del Estado de derecho que realmente fue. Uno de los ataques que hacen a su personalidad ciertos “historiadores”, que me recuerdan más a los negadores del Holocausto que a Suetonio, es que quería vender el istmo de Tehuantepec a los EEUU. Usualmente ignoro a estas personas porque entonces terminaríamos discutiendo las virtudes “democráticas” de Gómez Morín o la bondad de las misiones evangelizadoras con los indígenas de nuestro país. Como sea, ésta vez voy a escribir sobre este mito genial.
Después de su derrota en 1848, México tuvo necesidad de reconocer a Estados Unidos el derecho de construir un ferrocarril en el istmo de Tehuantepec y de hacer transitar por ahí tropas y armas en todo momento.
En esos tiempos, se llevaba en EEUU un intenso debate. Al mediar el siglo la discusión acerca de cuál sería la mejor opción para articular ambas costas se hizo más compleja al confrontarse los intereses de los estados del sur (esclavistas) con los del norte (abolicionistas): para los primeros, contar con una vía de acceso en el Golfo de México era esencial pues potenciaba las posibilidades de uno de sus baluartes: Nueva Orleans; para los últimos, evitar esa opción equivalía a impulsar la alternativa por la que venían trabajando en su territorio: los ferrocarriles. Lincoln se opuso al istmo porque a sus ojos aceptar la opción sureña equivalía no sólo a extender el esclavismo al sur, sino también rehusar apoyo a los capitales del norte comprometidos con el ferrocarril intercontinental.
Para los mexicanos de aquellos años, la amenaza de ver mutilado otra vez el territorio nacional era temible.
Para 1973 el historiador Manuel González recordaba que hacia 1937 Lázaro Cárdenas tuvo que negociar con los americanos un capítulo de los acuerdos celebrados por SantaAnna (Tratado de la Mesilla) casi un siglo antes. En su reconstrucción de los hechos, González defiende a los liberales y en particular a Juárez frente a los conservadores que acusan al presidente de haber cedido Tehuantepec a los estadounidenses. González muestra que Juárez no cedió y que el tan vilipendiado Tratado McLane-Ocampo en realidad era una renegociación del artículo VIII del Tratado de La Mesilla, celebrado en 1853 por Santa Anna, el cual otorgaba a Estados Unidos servidumbre de paso por el istmo.
Desde una perspectiva histórica, estaba en juego la conformación de un mediterráneo americano cuyo Gibraltar, según los estadounidenses, tenía por extremos a Nueva Orleáns y a Coatzacoalcos. Es preciso recordar que en el ambiente de la época en el país del norte había dos nombres mágicos cuya pugna feroz marcaba el panorama: Nueva York y Nueva Orleáns. Tales nombres constituyeron el símbolo de la lucha entre el norte y el sur; dos puertos que combatían por la prelación comercial. Tehuantepec en ese marco significaba una salida natural para Nueva Orleáns con rumbo al oriente, y su adquisición implicaba la primacía sobre el puerto rival. De ahí que cuando se consigue la anulación del Tratado McLane-Ocampo, ello obedece más a una disputa entre intereses territoriales en Estados Unidos. Se trataba de evitar el triunfo de los esclavistas, que con la ratificación de ese Tratado hubiesen conquistado una salida alternativa a la que el norte defendía. De cualquier forma, el libre paso fue anulado en el periodo de Juárez muy a pesar de lo que digan estos “historiadores”.
Y así la verdad ve la luz. Juárez se vio contrariado por un Tratado firmado años atrás por un presidente anterior, y que en ningún momento contemplaba la venta de territorio nacional. Lo que si es verdad es que los americanos, principalmente de los estados esclavistas mostraban un interés estratégico en la zona pues les permitiría adquirir una ventaja sobre el puerto de Nueva York.
Como muestra de este interés cito a Enrique Rajchenberg y Catherine Héau-Lambert:
“En los debates que este asunto suscitó entre los legisladores estadounidenses, la posibilidad de una intervención militar para tomar el control del istmo dio pie a razonamientos racistas que tal vez hoy resulten familiares' "Hubo quienes se inclinaron por una intervención militar en México, Seward, quien después se convertiría en secretario de estado, argumentaría que aunque Estados Unidos se apoderara sólo de los estados de Oaxaca y Veracruz, terminaría tomando todo el territorio mexicano, En ese caso, habría que decidir si los estados mexicanos se Incorporarían como estados libres a la unión americana o un ejército de ocupación se encargaría permanente e infructuosamente de repeler todo movimiento liberador. Si fuera el primer caso, los mexicanos se volverían gobernantes potenciales de la unión, conociendo la respuesta de antemano, les preguntó a los senadores ¿Llega a tal punto vuestra caridad, que querríais ser gobernados por cinco millones de indios mexicanos'"
Mi esperanza es que algún día estos “historiadores” aprendan a ver la historia y sus hechos como son y no como sus mentes cortas les dicen que tendrían que ser.
Fernando Velázquez
1 comentario:
Saludos,
Casi todos los personajes de nuestra historia han sido utilizados y desvirtudos con fines políticos. Yo había leído acerca de la versión de Juarez haciendo tratos con los Estados Unidos con tal de tener apoyo en su guerra contra los conservadores en la serie "Juárez y los vendepatrias" de la revista contenido. Muy buen post, sólo te sugeriría que citaras tus fuentes.
Un Abrazo
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