Ser ateo es una posición difícil. Se arriesga uno a escuchar mucho de retórica, un tanto de estupidez y otro de fanatismo. Lo que hace especialmente difícil acercar la brecha entre creyentes y ateos es ese salto de irracionalidad que nosotros(los ateos) no estamos dispuestos a dar.
El día de hoy me escribieron dos enunciados difíciles de digerir:
-Dios no es un ideal abstracto, es una realidad inefable.
-El hecho de que no creas en Él, no te da ningún derecho a juzgarlo si nadie tiene derecho a juzgarte a ti.
El día de hoy me escribieron dos enunciados difíciles de digerir:
-Dios no es un ideal abstracto, es una realidad inefable.
-El hecho de que no creas en Él, no te da ningún derecho a juzgarlo si nadie tiene derecho a juzgarte a ti.
El primero de estos enunciados a su vez requiere de un desmenuzamiento de su estructura. La condición inefable de dios es una idea algo vieja que se convierte en dogma con la Bula Ineffabilis Deus (Dios inefable), conservado en la Biblioteca del Vaticano. La experiencia mística tiene mucho que ver con la supuesta inefabilidad de dios. Esto lo digo así porque para afirmar que una realidad es inefable es necesaria la admisión de una experiencia mística, una realización de algo trascendente o que así lo parece, una realidad que no cumple por completo con una definición formal de realidad pero que si represente una experiencia real como enamorarse o tener miedo. Por supuesto que el que una idea tenga un buen efecto moral sobre una persona no nos dice nada sobre su verdad. Yo podría obrar bien por temor a una tortuga devoradora de bribones o por amor a mis padres, pero eso no significa que las tortugas devoradoras de bribones existan o que mis padres en efecto me amen.
Claro que la descripción de dios como realidad podría estar más acorde a lo una vez expresado por Carl Sagan:
“La idea que Dios es un grandullón hombre blanco con barba que está sentado en el cielo y que lleva la cuenta de la caída de cada gorrión es ridícula. Pero si con Dios uno quiere decir el conjunto de leyes físicas que gobiernan el universo, entonces evidentemente existe tal Dios. Este Dios es emocionalmente insatisfactorio… no tiene mucho sentido rezarle a la ley de la gravedad”.
Con la segunda afirmación tengo una objeción más grande, no porque me sienta en posición de juzgar lo abstracto. Por el contrario, mis ataques a la religión organizada tienen que ver con la simpleza y pequeñez del dios que adoran. Si digo que el dios cristiano es un personaje terrible, cruel y vengativo, poco tendría que ver con que en efecto hubiera existido un cristo hijo de un dios omnipotente enviado a la tierra en una misión cuyo éxito podría tildarse de debatible cuando menos; sino del personaje descrito en los evangelios, en el nuevo testamento, en los textos apócrifos. El dios de la Biblia, el Corán, el Talmud, y otros libros sagrados, nos dice más sobre la crueldad, venganza y mezquindad del ser humano que sobre el personaje de ficción creado por estos “iluminados”.
El que digan que no tengo derecho a opinar sobre los personajes de estos libros suena tan ridículo como pedir que no se hagan críticas a la nueva novela de Michael Crichton. Podemos expresar nuestras críticas a los partidos políticos, al gobierno o al sistema económico, pero la religión irracionalmente goza de un status de privilegio. Como recientemente leí en “The god delusion”, de una persona con prejuicios se espera que sepa defender esas convicciones, a menos, claro está, que esos prejuicios formen parte de su creencia religiosa. Si eres homofóbico o misógino no puedes decir “las mujeres y los homosexuales son inferiores, y si no me dejan decirlo están violando mi libertad de expresión”, en cambio: “las mujeres y los homosexuales son inferiores porque así lo dice el Señor, y si no me dejan decirlo están violando mi libertad de creencia”, es totalmente aceptable.
También es una mentira decir que nadie tiene derecho a juzgarme, y tal afirmación debe ser acotada a decir que nadie tiene derecho a juzgarme mientras que mis acciones no representen un peligro inmediato a aquellos que me rodean. Ciertamente prohibir la expresión religiosa es un camino al fracaso, si de lo que se trata es de estimular el pensamiento libre y racional; sin embargo, no es saludable que los más aspectos más oscuros, ignorantes, antipáticos y violentos de las religiones deban ser tolerados, esos aspectos que verdaderamente representan un peligro inmediato a otros.
El dios del Viejo Testamento es posiblemente el personaje de ficción más desagradable: celoso y orgulloso de serlo, un mezquino, injusto, e implacable manipulador; un vengativo y sanguinario partidario de la limpieza étnica; un misógino, homofóbico, racista, infanticida, genocida, fraticida, pestilente, megalomaniaco, sadomasoquista, caprichosamente malévolo gañán.
Richard Dawkins
Fernando Velázquez
2 comentarios:
Saludos Fernando: Los argumentos que mencionas son relativamente fáciles de rebatir racionalmente. El problema es que los creyentes no aceptan criterios racionales como oposición a criterios irracionales. Más difícil es rebatir a creyentes que aceptan lo irracional como dogmas ¿Ya leíste el último National Geographic? Me refiero a las opiniones del genetista Francis Collins.
Un Abrazo
El te mira desde el cielo, y en su palm anota todo lo que hacemos.
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