sábado, mayo 05, 2007

Página 123

23. Nadie puede ver por encima de si mismo. Quiero decir con eso, que no se puede ver en otro más de lo que es uno mismo, porque cada cual no puede comprender a otro sino en la medida de su propia inteligencia. Si ésta es de la especia más mínima, todos los dones intelectuales no le impresionarán de ningún modo, y no observará en este hombre de tan altas dotes sino lo más vil que hay en su individualidad, a saber: todos los defectos y todas las debilidades de temperamento y de carácter. He aquí de qué estará compuesto el grande hombre a los ojos del hombre vulgar. Las facultades intelectuales más eminentes del uno no existen para el otro, como no existen los colores para el ciego. Es que el mayos talento es invisible para el que no lo tiene; y todo cálculo es el producto del valor del estimado por la esfera de apreciación del estimador.
De aquí resulta que, cuando se habla con alguno, se pone uno siempre a su nivel, ya que todo lo que se tiene de más desaparece, y hasta la abnegación de sí mismo, que exige esta nivelación, queda perfectamente desconocida. Si, pues, se reflexiona cómo la mayoría de los hombres tienen sentimientos y facultades de ínfima categoría, cuán vulgares son al hablar, se observará que es imposible hablar con ellos sin hacerse uno mismo vulgar durante ese intervalo (por analogía con la transmisión de la electricidad); se comprenderá entonces el significado propio y l verdad de esta expresión alemana; sich gemein machen (aparearse con el compañero), y se tratará de evitar toda compañía con la cual no pueda uno comunicarse sino mediante la partie honteuse (la parte vergonzosa) de su propia naturaleza. Se comprenderá, igualmente, que en presencia de imbéciles y de insensatos, no hay más que una manera de demostrar que se tiene razón: no hablar con ellos. Pero, ¿no es verdad que entonces podrán encontrarse en sociedad muchos hombres en la situación de un bailarín que entra en un baile donde no hay más que lisiados?¿Con quién bailará?

24. Concedo toda mi consideración, como a un elegido entre ciento, al que estando desocupado, porque espera algo, no se pone inmediatamente a golpear o a tamborilear con todo lo que le viene a las manos, con su bastón, su cuchillo o con cualquier otro objeto. Es probable que ese hombre piense en algo. Se conoce en la cara de la mayoría de las personas que en ellas la vista reemplaza al pensar; tratan de asegurarse de su existencia haciendo ruido, ano ser que tengan un cigarro en la mano, que les hace el mismo servicio. Por la misma razón, son todo ojos, todo oídos para todo lo que pasa a su alrededor.

Página 123 de "La Sabiduría de la vida" por Arthur Schopenhauer

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