sábado, enero 29, 2005

Sin título apropiado

“La vida es como una leyenda:
no importa que sea larga,
sino que esté bién narrada”. Lucio Anneo Séneca.
Filósofo y dramaturgo latino.


La vida es el misterio más grande del universo. ¿Por qué existimos? En un cosmos donde la tendencia es el orden más bajo posible, la vida parece desafiar el sentido natural. En palabras de Stephen Hawking:”¿Por qué el universo se toma la molestia de existir?”. Evidentemente, esta pregunta no se podrá responder nunca, y sin embargo no carece de sentido emocional. Pensar mucho tiempo en ello puede llevarnos a lo que William James llamaba “mareo admirativo ontológico”, o náusea (como lo llamaba Jean-Paul Sartre). De cualquier forma, estas interrogantes nos plantean un conflicto existencial profundo; si nuestras vidas son nimios pestañeos cósmicos, ¿tenemos realmente alguna responsabilidad con nuestros contemporáneos?
Los motivos y razones que tenemos para vivir poco tienen que ver con este conflicto existencial. Sabemos por consenso que los seres vivos tienen la voluntad de vivir. Si poseemos esa intuición natural, es posible suponer que los mecanismos de la evolución nos han dotado de la habilidad para disfrutar. Si esto no fuera cierto, si naciéramos para una existencia de sufrimiento, ¿cuál sería el incentivo para reproducirnos? Por lo tanto, es lógico asumir que estamos predispuestos a tener una vida plena. Nacimos en un mundo desconocido, cuya complejidad sólo se ve atenuada por su insistente periodicidad pero que de ningún modo nos da pista alguna sobre lo que se supone hagamos.
Es mi opinión personal que la vida es un accidente, una afortunada sucesión de eventos aleatorios que tuvieron como resultado un caldo con los ingredientes necesarios y el ambiente adecuado para prosperar. Tomando en cuenta la inmensidad del universo y su edad, la probabilidad de dicha sucesión de eventos no suena tan improbable. Otra igual afortunada sucesión de eventos nos dotó de un cerebro lo suficientemente grande para la inteligencia y el pensamiento. El cerebro es un órgano fascinante que utiliza gran parte de nuestros recursos energéticos pero que puede ser un pesado lastre para la supervivencia; no está probado pero la inteligencia debe ser algún tipo de ventaja para los organismos que la poseen, o la naturaleza no la habría puesto ahí. Es nuestra conciencia de la individualidad lo que hace nuestra existencia mucho más rica y vívida. Es por eso que podemos apreciar la belleza y la armonía, pero al mismo tiempo la injusticia y la abominación. En la naturaleza, todo esto se da de manera regular, la naturaleza no es inmoral, es amoral.
El dilema es entonces, el papel que tiene la humanidad en este circo de la naturaleza. Tal vez debiera limitarse a fungir el papel de una especie más condenada a la extinción como le ha sucedido a un sinfín de especies anteriormente; o tal vez su condición privilegiada de especie pensante le tenga reservado un papel más importante. Por vez primera en la Tierra, una especie tiene los medios para evitar su extinción (hasta cierto punto).
El objeto de la existencia puede ser la búsqueda de nuestro bienestar y confort; sin embargo, como seres concientes de la importancia de la supervivencia y del valor de la vida, es necesario también que se preocupe por el destino de su especie, empezando por el seno de su comunidad.
La cantidad de variables que afectan nuestra vida cotidiana hacen que cualquier intento por una planeación completa y exhaustiva no sea más que un ejercicio fútil, por no decir una niñería.

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