sábado, enero 29, 2005

La guerra y la paz

“Este mundo es un lugar terrible, los militares son violentos, los jueces prevaricadores, los comerciantes engañan con el peso, las mujeres traicionan a sus maridos, los hombres han perdido el sentido del deber, las cosas no pueden seguir así; este mundo se acaba.”
ANÓNIMO
(Texto encontrado en una tumba egipcia. Data del año 2500 a. de C.)

La guerra es algo natural. La lucha por superponerse a los otros es un instinto muy arraigado dentro de nosotros. Toda la actividad humana se reduce a un último impulso de poder: la capacidad que tenemos para hacer que nuestros iguales se dobleguen a nuestra voluntad. Todas las formas de interacción social que hemos desarrollado se desenvuelven bajo este principio. La guerra es una forma de renovación. Las familias, los grupos y las naciones necesitan renovarse. La guerra entre dos países no difiere mucho de la guerra que un hijo libera contra su padre, la única diferencia es la dimensión.
La guerra no necesita causas, se alimenta de la necesidad de poder. Con el desarrollo de armas de destrucción masiva, este juego de poder se ha vuelto muy peligroso; cada nueva generación lleva intrínseca el fatalismo de la guerra, todo individuo tiene un deseo mortal.
El conflicto bélico de los Estados Unidos con Irak tiene raíces profundas pero la motivación sigue siendo el mezquino dinero. La defensa de la libertad es un pretexto muy plausible, sin embargo, la mayoría de los pensadores libres coinciden que la ocupación viola el derecho autoproclamado de los países de autodeterminación. Podría señalar que es como si nosotros no hiciéramos nada si sabemos que nuestro vecino golpea a sus hijos. El lector bien podría sugerir que existen instancias para reportar casos así; ahora bien, ¿qué tanto estaríamos dispuestos a esperar para actuar si las autoridades no pueden hacer nada? ¿Nos mantendríamos indiferentes ante la injusticia? ¿Es que la insensibilidad es una buena cualidad? El razonamiento anterior puede parecer simplista, incluso peca de reduccionista al comparar un conflicto doméstico con uno de talla mundial; no obstante, esencialmente son el mismo problema. Siguiendo con la analogía, supongamos ahora que la denuncia es motivada por no tan benévolos sentimientos, tal vez un vecino celoso o un padre ansioso por recuperar a sus hijos luego de un divorcio difícil. Entonces nos damos cuenta que la diferencia entre ambos casos es sólo la motivación del denunciante, el asunto gira entorno a la virtud del individuo, las razones éticas que lo mueven. En este conflicto: ¿Qué es Estados Unidos: el libertador o el ladrón? En última instancia tal vez eso no importaría tanto si la tradición histórica y cultural de los Estados Unidos no presentará un panorama tan alarmante, en palabras de Benjamín Franklin: “el patriotismo es el último recurso de los bribones”. El sincero orgullo que los habitantes de ese país profesan es un arma de doble filo, así como los ha ayudado a superar etapas difíciles de la historia, también alimenta ciertas pretensiones de superioridad. Y es eso lo que preocupa a la comunidad internacional; más allá de si las razones son suficientes, está la interrogante acerca de las próximas acciones de los Estados Unidos una vez ganada la guerra.
Este conflicto representa una guerra silenciosa que se ha estado gestando entre dos mundos: el de occidente y el de oriente. Las dos maneras de ver el mundo no se deberían anteponer, por el contrario, se deberían complementar si no fuera por la visión expansionista del capitalismo occidental.
Tal vez las razones norteamericanas no sean tan puras como nos quieren hacer creer, tal vez es mejor esperar; pero todavía queda un asunto pendiente. Qué se debe hacer con gobiernos francamente dictatoriales como los del medio oriente. ¿Se debe responder con falso respeto a la autonomía mientras miles de vidas son subyugadas a los caprichos de unos cuantos trastornados mentales? Debemos preguntarnos si es ético dejar que la injusticia se imponga por el nada deleznable principio de respeto. Como dijera Nietzche: “Una virtud vale más que dos virtudes”.
Por otro lado como mexicanos nos encontramos ante la disyuntiva de la participación, por lo menos intelectual, en un conflicto de estas magnitudes. Es de debate la participación de México a favor de la libertad y la democracia cuando nuestro país se encuentra tan entrampado en esa fase de transición. ¿Cómo pueden nuestros representantes hablar de libertades e igualdad cuando en el centro mismo del país hay focos de guerrillas y las clases sociales libran una guerra sutil por la supervivencia? El motivo de tan trascendental importancia de México en el orbe mundial se debe a nuestra privilegiada, si bien nada cómoda, posición en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Esta posición resulta particularmente incómoda pues no importando la posición a adoptar, México sale muy mal parado. Si manifestamos repudio a la acción militar, automáticamente creamos fricción con nuestro socio comercial más importante; mientras que si la apoyamos, la comunidad mundial nos miraría con recelo aún si la decisión fue honestamente tomada.
El mexicano por otro lado, no está bien enterado de la situación que lo rodea a nivel mundial. Como describía Octavio Paz, el mexicano es una raza extraña que vive en un limbo de curioso folklore. Vive embebido en su propio mundo, aislado, practicando una festividad triste. El mexicano evita la realidad con la misma eficacia con la que un oso trata de no ser oso. Las personas son entes profundamente independientes, donde las necesidades inmediatas sustituyen otras funciones sociales, en el caso mexicano no se puede tener una rica cultura universal cuando más de la mitad de la población vive en pobreza extrema y no tienen acceso a la información.
Sólo la porción de población mejor informada se preocupa por estos temas, y sólo los estudiantes toman cartas en el asunto. Esto no es suficiente por la sencilla razón de que los estudiantes aún no forman parte de las estructuras de poder. Lo más negativo de esta situación es que las cúpulas gobernantes son tan elitistas que sólo la juventud más reaccionaria llega a sus filas. Esto implica otro problema de la sociedad de hoy: la corrupción.
Es ahí donde radica la importancia de la juventud, más aun, la importancia de la juventud estudiantil. Como parte de una comunidad mundial con matices de uno u otro lado, pero con fuertes lazos entre sus partes, poseemos el don de la acción y la inocencia. Está en nuestras manos acabar con el ciclo vicioso de la guerra y la confrontación.
Aún en las partes de conflicto, los estudiantes han sido desde hace algún tiempo la fuerza opositora a las injusticias; después de una clase proletaria agotada por los conflictos de los siglos pasados, el estudiante se ha constituido en una fuerza de reacción que se justifica a si misma por medio del estudio y la preparación intelectual.
El llevar a cabo los ideales de justicia e igualdad que profesamos es nuestra responsabilidad y deber. Nuestra mayor ventaja es que aún podemos cambiar y estamos dispuestos a equivocarnos.

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