miércoles, febrero 16, 2005

Sobre el libre albedrío

El problema de la libertad ha sido abordado en muchas ocasiones por muchos filósofos de distintas épocas. Un análisis no muy profundo revela la naturaleza engañosamente simple del problema: establecer si vivimos en un universo determinista.
Esta afirmación nos es ajena a los asuntos de la conciencia y el espíritu, como los entusiastas religiosos defienden. Después de todo, el cerebro está formado por átomos y una indeterminación, si es que la hay, afectaría finalmente nuestra forma de procesar datos; si en caso contrario viviéramos en un universo totalmente determinista, la conclusión natural es que nuestras acciones están predichas de antemano sin lugar para la libertad.
Por otro lado, un sistema determinista debe ser necesariamente cerrado, es decir, cualquier predicción sobre algún elemento del sistema debe estar contenida en el sistema mismo. La lógica matemática desarrollada por Gödel demuestra que cualquier sistema cerrado requiere de un número infinito de variables; esta última afirmación nos lleva a una final contradicción, pues si bien el determinismo absoluto es posible, la capacidad para controlar eventos futuros está más allá de nuestro alcance.
El enfoque del determinismo absoluto fue sustituido a lo largo del siglo pasado por un “fuerte determinismo” inherente a la mecánica cuántica. Ahora hablamos de “altas probabilidades” y “media de resultados posibles” para describir los fenómenos de la naturaleza. Así, aunque la naturaleza nos proporciona un margen muy estrecho de acción, este espacio libre representa un consuelo para los libres pensadores. Hablamos de la misma libertad que tiene un electrón que viaja en el espacio vacío (unos 4cm aproximadamente) cuando nos referimos al libre albedrío de un hombre común, una libertad pequeña pero significativa en la escala adecuada.

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