Una de las penosas circunstancias en las que nos ha puesto la ciencia es que sabemos mucho menos de lo que nos gusta pensar. Siendo muy niño tenía la certeza de que el hombre era un alma y un cuerpo. Que eran dos partes independientes y separadas de lo que era una persona y que el alma sobreviviría mi cuerpo puesto que no había relación entre eso que llamaba conciencia y la carne que existe en el espacio. Una vez más, la ciencia nos ha mostrado un panorama más amplio y mucho más interesante. Por un lado, los físicos nos dicen que no hay eso que llamamos materia, los psicólogos afirman que no hay nada de eso que llamamos mente y los biólogos nos dicen que la conciencia es el producto de ciertas emisiones hormonales y reacciones fisicoquímicas que se dan en el cerebro. Podemos intuir que el esquema de pensamiento es un sistema caótico que depende de muchas variables más que los simplismos propuestos en otros tiempos por filósofos teístas.
Lo que podemos afirmar, desde el punto de vista estrictamente físico, es que eso que llamamos “cuerpo material” no es más que una elaborada construcción científica que no corresponde a una realidad física. Los materialistas nos encontramos en una curiosa posición, mientras que podemos vincular las actividades de la mente a las del cuerpo con un muy alto grado de confianza, no podemos explicar que los conceptos de materia y cuerpo no son más que creaciones convenientes de la mente. Los extremos del círculo se tocan, la mente emana del cuerpo, pero el cuerpo es un artificio de la mente. Evidentemente, éste razonamiento no puede ser del todo correcto, y es necesario buscar algo más general de lo cual ambos conceptos puedan surgir.
Empezando por el cuerpo, el individuo común y corriente piensa que los objetos materiales deben en efecto existir. Mientras que el alma puede ser objeto de debate todo aquello con lo que puedes chocar debe ser real. Esta es la metafísica del hombre común. Todo está muy bien hasta que entra en escena el descubrimiento científico para aclararnos que realmente nunca tocamos algo. Cuando pensamos que hemos hecho contacto con algo realmente no es así, cierto número de electrones y protones del cuerpo, son repelidos por cierto número de electrones y protones del objeto que “tocamos”, pero en todo el fenómeno no hay contacto alguno. Los electrones y protones del cuerpo son perturbados por la cercanía de otros electrones y protones, y esta perturbación es transmitida a través de los nervios hasta el cerebro; finalmente el cerebro interpreta esta perturbación como un contacto. Hay algunas percepciones sensoriales que pueden ser reproducidas en un laboratorio. Los electrones y protones por si mismos, son sólo crudas aproximaciones a un mundo subatómico mucho más vasto y complejo, lleno de ondas de probabilidad y promedios estadísticos. Así la materia se ha convertido en un concepto demasiado fantasmal para ser considerada una realidad final de la cual emanen la mente o el alma.
De la misma manera, la ciencia no provee ninguna guía o sugerencia de la existencia del alma o de la mente; las mismas razones para dudar de la existencia de la materia se pueden utilizar para dudar de la existencia del alma. La conclusión que podemos obtener de estos dos conceptos ideales es que el universo consiste más bien en una serie de eventos, no de entes que tengan una duración prolongada en el tiempo y el espacio. Estos eventos pueden ser catalogados por sus relaciones causales. Si la causa del evento es de cierto tipo entonces se le llama “objeto físico”. Si la causa es de otro tipo, entonces le llamamos “objeto mental”. Los eventos que ocurren en nuestra cabeza son de los dos tipos, algunos vinculados a su constituyente cerebral, otros a la mente.
Así el alma y la materia son apenas maneras convenientes de organizar eventos. No hay razón alguna para suponer que algún constituyente del alma o el cuerpo deba ser inmortal. En el corazón de las estrellas la materia se transforma en energía a un ritmo impresionante de toneladas por minuto. La característica esencial de la mente es la memoria, y no hay razón para pensar que la memoria asociada a una persona sobrevive a su muerte. En cambio, hay muchas razones para suponer lo contrario, la memoria está relacionada con ciertas estructuras cerebrales; ejemplos de esto vemos en muchos casos médicos peculiares: amnesia, memoria de muy corto plazo, alucinaciones, coma cerebral, pérdida de habilidades cognoscitivas luego de sufrir un accidente, etc. Cuando ciertas estructuras del cerebro se dañan o mueren, la mente sufre o pierde claridad; es muy lógico suponer que cuando el cerebro muere, la mente muere con él.
Finalmente, aunque metafísicamente el materialismo no es verdadero, emocionalmente el mundo se comporta como si los materialistas estuviéramos en lo correcto. Los opositores al materialismo han actuado siempre bajo dos deseos principales: probar que la mente es inmortal y segundo, que el poder último del universo es mental más que físico. Nuestros deseos, en efecto, surten gran efecto en el medio que nos rodea, un privilegio que el hombre ha llevado a niveles muy superiores a los que pueden alcanzar otros animales, pero nuestro poder es muy limitado. Estamos indefensos ante eventos cósmicos de muy mediana escala (como las llamas solares). Tal vez en un futuro aprenderemos a prolongar la vida humana por períodos ahora inimaginables pero si de algo podemos estar seguros, basándonos en las leyes de la termodinámica, es que la humanidad no estará en el universo por siempre. La ciencia, mientras que por un lado disminuye nuestras pretensiones cósmicas; por otro, incrementa enormemente nuestra comodidad terrenal. Esa es la razón principal por la que la ciencia ha sido tolerada en el seno de la sociedad, para el horror de los teólogos.
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