sábado, enero 21, 2006

Sobre el escepticismo

“La ciencia está fundada en la convicción de que
la experiencia, el esfuerzo, y la razón son válidas;
la magia en la creencia que la esperanza no puede fallar
ni el deseo engañar.”
Branislaw Malinowski, Magia, ciencia, y religión, 1948

El escepticismo es comúnmente confundido con cinismo. Mientras que la credulidad es una característica a menudo celebrada en el individuo, las declaraciones escépticas son consideradas ataques personales. Nada más fuera de contexto, el escepticismo no es una posición, es una forma de evaluar afirmaciones. Todos somos escépticos de una u otra manera: los creacionistas son escépticos de los evolucionistas, los homeópatas de aquellos que llaman alópatas, los místicos de los ateos, etc. Lo que diferencia una posición de otra es la manera en que lidiamos con nuestro escepticismo: con razón o con fe.

Esto no es una cruzada contra la fe, funcionamos la mayor parte del tiempo en base a conocimientos que no hemos corroborado personalmente, damos saltos intuitivos de fe, lo importante es dar estos saltos de fe con bases sólidas para hacerlo. La razón exige que para afirmaciones extraordinarias haya evidencia extraordinaria.
Es por esto que el mundo místico y el mundo científico nunca podrán ser conciliados, sus naturalezas son mutuamente excluyentes. Lo místico es una experiencia personal que no tiene validación externa posible. Toda afirmación puede decirse es igualmente verdadera. La astrología y el budismo son igualmente verdaderos en el sentido de una falta absoluta de evidencia. No digo esto para atacar una fe en particular, sino para recalcar la imposibilidad de verificar la validez de ninguna. El mundo místico está siempre en una posición paradójica. Si busca validación externa niega su naturaleza misma. La validación externa es, por definición, imposible para el místico.
Lo anterior impide un debate entre la ciencia y la religión. Los argumentos de un campo y otro están en rangos y profundidades totalmente distintos; en la ciencia, los argumentos deben tener sentido. En la religión se exige el abandono del sentido común y la curiosidad. Las afirmaciones extraordinarias deben ser absorbidas sin asombro ni reserva, la duda trae culpa y vergüenza. Los milagros son tan groseramente comunes que atropellan el corazón mismo de la palabra. La ciencia tiene un método, la religión no; la ciencia se retroalimenta, la religión no; la ciencia provee resultados y beneficios que duran cientos de años, la religión no.
Parece increíble que en un mundo tan tecnificado cada vez haya más gente dispuesta a probar toda clase de disciplinas bobas: astrología, meditación, yoga, espiritismo, cienciología, acupuntura, y muchas muchas otras que en más de un aspecto agraden una inteligencia mediana. Muchas veces oímos, y esto es cinismo en serio, preguntar retóricamente: ¿Cuál es el daño en creer que dios oye nuestras plegarias?¿Cuál es el daño en creer que nuestros seres queridos muertos pueden confortarnos desde el más allá? ¿Cuál es el daño en creer que extraterrestres nos visitan de manera continua? ¿Cuál es el daño en creer que nuestra orina puede curar enfermedades? Ninguno…dentro de ciertos límites. Aquí es donde debemos usar de manera eficaz nuestro escepticismo. Por ejemplo, cuando oigo de acupuntura establezco límites claros: ¿Puede aportar la acupuntura un alivio mental en el paciente, y si es así, es justificable su uso? La respuesta es si. ¿Debe el paciente abandonar el tratamiento médico por homeopatía, acupuntura y otras medicinas “alternativas”?. Entonces la respuesta es no. Esos son los verdaderos riesgos de tomar en serio todas estas disciplinas, son estas creencias las que traen suicidios masivos y muertes innecesarias. Son estas idioteces las que nos dieron caza de brujas, nazismo, esclavitud y pestes. Esos son los verdaderos riesgos.
Muchas veces se acusa a los escépticos de tener una mente cerrada, y puede que tengan razón; pero el escepticismo no es rígido por naturaleza. Un escéptico científico no evalúa las afirmaciones con el propósito de derrumbarlas, sino validarlas. Un escéptico escucha tanto a defensores como detractores y llega a una conclusión analizando también su propia experiencia. El escéptico es un hombre más libre porque utiliza su razón para llegar a la verdad.
Y contra el racionalismo ni los creyentes pueden hacer ataques. Si realmente hay un Dios, éste nos dotó de la razón para apreciar las maravillas que creó, no usarla o negarla, sería una especie de afrenta a Su infinita Sabiduría. Si no hay dios, entonces la razón es el único medio que tenemos para comprender el universo, y esta compresión es vital para nuestra supervivencia. Como sea es evidente que hay que sacar un provecho máximo de la inteligencia con que se nos dotó.
Dejar de lado las supersticiones, pseudociencia y otras aberraciones de nuestra época es el primer paso para alcanzar un nuevo nivel de comprensión sin restricciones, una libertad intelectual que eventualmente nos conducirá a una convivencia armoniosa con nuestros semejantes.
Fernando Velázquez

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