miércoles, agosto 16, 2006

De principios “morales” a principios mortales

"La verdad es lo que es, y sigue siendo verdad aunque se piense al revés."

Antonio Machado

Con el tema postelectoral y el conflicto magisterial oaxaqueño hemos pasado por alto la presión que han ejercido algunos grupos conservadores a la Secretaría de Educación para impedir que se utilicen los libros de texto de Biología aprobados en el ciclo escolar 2006-2007 de primero de secundaria.

El intento de algunas organizaciones de padres de familia, uno que otro gobernador mocho rebelde (encabezados por el Sr. Bours de Sonora), la Conferencia del Episcopado Mexicano (hablando a nombre de la iglesia católica) y numerosos funcionarios públicos panistas, para que no se imparta educación elemental en materia de sexualidad en jóvenes de primero de secundaria se ha basado en tres premisas:

*Los libros promueven la masturbación, la homosexualidad y plantean como “naturales cosas que son antinaturales” (anomias sociales).

*No refuerzan la idea del matrimonio ni de la abstinencia.

*Fomentan las relaciones sexuales entre los adolescentes que trae como consecuencia embarazos no deseados.

La educación sexual es uno de los derechos consagrados en la Convención Internacional de Derechos del Menor, no dar información elemental sobre sexualidad pone en riesgo la salud y la vida.

Tradicionalmente la educación sexual en México describía el proceso de formación de un ser humano desde su concepción, enfermedades de transmisión sexual y métodos anticonceptivos.

La novedad con los nuevos libros es la inclusión de temas como el erotismo, la masturbación, así como el reconocimiento de la homosexualidad como una expresión válida de la diversidad sexual.

Con respecto a la primera de las premisas que sostienen estos grupos es preciso aclarar que no tocar estos temas es darle la espalda a la realidad además que mezclan lo religioso con lo educativo; con tal de mantener “lo que ellos llaman el orden natural, se echa mano de todo: de la religión, de la voluntad de dios y del miedo”.

Onanismo, homosexualidad, bisexualidad y transgéneros son temas a menudo poco discutidos en las clases de educación sexual. Los grupos que se oponen a la instrucción sobre estos temas lo hacen sobre la base de que la información adicional sirve para “alentar estas prácticas”. Los que apoyamos el debate en estos temas decimos que la comprensión es mejor que la ignorancia, además de que eliminamos los sentimientos de aislamiento, culpa y vergüenza que muchos de nuestros jóvenes (que pertenecen o creen pertenecer a estos grupos) sienten.

El Tratado de Ámsterdam (1997) incorpora a la orientación sexual como uno de los motivos de discriminación que deben ser abolidos. La orientación sexual la define como el deseo afectivo y sexual que puede darse entre personas del mismo sexo, de sexo contrario o, indistintamente, con personas de un sexo y del otro. Sea cual sea su origen (genético, psíquico o cultural), la orientación sexual debe estar protegida.

Por desgracia, la cuestión gay se ha convertido en un tema crucial en el debate democrático y de derechos humanos, porque aceptar legalmente la homosexualidad no implica que las personas la acepten subjetivamente, y ese es el meollo con estos libros. El simple reconocimiento de estas formas de diversidad sexual es una afrenta a estos grupos, que las siguen considerando degeneraciones, perversiones o enfermedades (como se hacía antes de los años 70).

Con respecto a la segunda premisa, mucho se puede hablar sobre la “santidad” del matrimonio (espero escribir un post al respecto muy pronto) pero puedo resumir la posición de estos grupos observando que detrás de estas posiciones existe una idea religiosa de que los niños no deben tener esta información, bajo la idea de que el sexo es sólo para reproducirse y que debe ser una práctica dentro del matrimonio. Sin embargo, lo que se defiende en realidad es una “situación de privilegio”, buscando mantener el privilegio de los hombres en perjuicio de los derechos de las mujeres. No existe base científica o racional para imponer al matrimonio como institución garante de moralidad o bienestar mental.

Con respecto a la abstinencia, la promiscuidad (la tercera de las premisas) y su relación con la educación sexual voy a ser muy claro con estos grupos: ESTAN EQUIVOCADOS.

El debate sobre embarazo adolescente y las enfermedades de transmisión sexual ha divergido en 2 tendencias de programas de educación sexual: los programas de abstinencia y los programas de comprensión incluyente. La revisión sobre los resultados de ambos tipos de programas ha arrojado que los de abstinencia no sólo no reducen el índice de embarazos no deseados sino que los incrementan por la falta de información sobre el funcionamiento del cuerpo.

De hecho, si podemos confiar en estos análisis, las aseveraciones de estos grupos se desmienten porque en los países donde hay mayor educación sexual es donde la iniciación sexual es más tardía. La información y el conocimiento permiten a los jóvenes planear, decidir y ubicarse. Para ejemplo, algunas estadísticas de embarazo en mujeres de 15 a 19 años:

*93 de cada mil en EEUU

*62.6 de cada mil en Inglaterra

*42.7 de cada mil en Canadá

*15.1 de cada mil en Bélgica

*8.1 de cada mil en Países Bajos

Los contrastes se hacen evidentes si tomamos en cuenta que en EEUU, el Sr. Bush introdujo los programas de abstinencia como norma en las escuelas y que en Inglaterra los padres pueden elegir si desean que sus hijos tomen clases de educación sexual. Mientras que el programa holandés de educación sexual (“Lang leve de liefde”) apuesta a proporcionar a los jóvenes herramientas para tomar sus propias decisiones en temas de salud y sexualidad. Gran parte de la Unión Europea han tomado éste programa como modelo para crear sus propios programas.

Como he escrito en otras ocasiones, las políticas públicas de salud deben estar basadas en la evidencia científica y no en la fe. La educación sexual no puede ser objeto de presiones irracionales por parte de grupos extremistas. La responsabilidad del Estado es informar con veracidad y claridad; lo que se requiere es abrir el debate y conciliar puntos de vista, pero principalmente el Estado no puede tomar partido por la moral de algunos, que a final de cuentas es muy distinta a la de otros.

Escribo estas líneas un poco apesadumbrado pues a pesar de que respeto el derecho de estos grupos a manifestar su desacuerdo y externar su intolerancia y la extensión de su ignorancia, me parece lamentable que funcionarios públicos no ven lo contradictorio y dañino de mezclar sus convicciones religiosas con el ejercicio de la función pública. Es como si hubiéramos despertado en el México prejuarista y estuviéramos tirando por la borda todos los avances que hemos logrado en materia de laicismo y pluralidad.

El camino que recorren nuestros hombres de Estado suscita algunas interrogantes, ¿acabaremos de nuevo en una teocracia? Si ahora nuestros gobernantes censuran libros (como ya hizo el Sr. Bours en Sonora), ¿qué es lo que sigue?...¿cuestionaremos la enseñanza de la evolución o exigiremos que se censure de los libros de Ciencias Naturales porque muestra la falsedad del mito de la creación del génesis bíblico? ¿Prohibiremos la exposición de los conocimientos geológicos porque entran en franca confrontación con las “verdades” bíblicas sobre la edad de la Tierra? ¿Retomaremos el concepto de la inferioridad racial y de género si lo dice la Conferencia del Episcopado Mexicano? ¿En verdad triunfará la superstición sobre la razón? ¿Estamos dispuestos a cometer genocidio por omisión?

Lo que está pasando en éste debate es una muestra de que el fanatismo religioso sigue vivo y con buena salud. Es una muestra de que el abandono de nuestra capacidad racional, no importa el ámbito, acaba siempre en intolerancia verbal y física. Sobretodo, la creencia irracional en dictados morales de naturaleza sobrenatural acaba con nuestra capacidad para el bien. En este mundo siempre habrá gente buena haciendo el bien y gente mala haciendo el mal; pero para que una persona buena haga el mal, se requiere de religión.

Fernando Velázquez

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